Finalmente, el peso de los días, las peleas, los cambios, y las responsabilidades se amontonaron en su pecho... y David se entregó al sueño.
No hubo resistencia.No hubo lucha.
Solo cerró los ojos y, como si alguien hubiera apagado el interruptor del mundo, se dejó caer en el abismo tranquilo del descanso.
Su respiración se hizo lenta, serena.Su expresión, siempre seria, se ablandó en la quietud de su cama.
Afuera, Aiko y Melissa hablaban en susurros, como si supieran que el más mínimo ruido podría perturbarlo, como si el universo entero conspirara para regalarle, aunque fuera por unas horas, una paz genuina.
En sus sueños, David caminaba por un bosque de cerezos eternos, donde ni el tiempo ni las promesas pesaban.