—¿Nombre?
—Lee Jisoo.
El silencio cayó como una sábana pesada después de su respuesta. Min-jun lo miraba con una expresión que parecía esculpida en mármol. Ni una arruga de duda. Ni una pista de emoción.
Jisoo se mantuvo derecho, pero por dentro era un caos. No tragues saliva, no muerdas el labio, no mires al suelo, se repetía en su mente como un mantra.
—¿Por qué quiere este trabajo? —preguntó el Alfa, sin quitarle los ojos de encima.
—Porque necesito trabajar —respondió, bajando un poco la mirada, pero recuperándola enseguida—. Pero también porque tengo mucho que aprender y dar. Me esfuerzo. Sé escuchar. No me rindo fácil.
Min-jun alzó una ceja. No era la respuesta típica que solía escuchar. No era lo que él buscaba… o tal vez sí.
—¿Sabe que este puesto no es simple? No es solo atender llamadas o agendar reuniones. Mi asistente debe estar conmigo a toda hora. Tener discreción. Saber cuándo hablar y cuándo callar.
—Lo entiendo.
—¿Tiene pareja?
Jisoo se quedó helado. —¿D-disculpe?
—Es una pregunta directa. No me gustan los problemas personales interfiriendo con lo profesional. ¿Tiene pareja?
—No, no tengo.
Min-jun asintió, como tachando algo en una lista invisible. Se levantó y caminó hacia la ventana. La ciudad de Busan se extendía abajo como un tablero de ajedrez iluminado.
—¿Y sabe en qué consiste la dinámica Alfa y Omega en un espacio laboral como este?
—Sí, señor —respondió Jisoo con tono firme—. Sé mantener los límites.
Min-jun se volvió lentamente, sus ojos oscuros fijos en él.
—¿Y si el límite se difumina?
Jisoo no respondió de inmediato. Algo en su pecho dio un salto extraño. Pero sostuvo la mirada.
—Entonces me aseguraré de trazarlo de nuevo.
Por primera vez, la comisura de los labios de Min-jun se curvó apenas. ¿Una sonrisa? No, quizás solo un gesto involuntario. Pero estaba ahí.
Volvió a sentarse.
—Empieza mañana a las 8. Vístase formal. No llegue tarde.
—¿Eso significa que…?
—Tiene el trabajo, Lee Jisoo.
Jisoo sintió cómo el aire volvía a sus pulmones. Se levantó de golpe, hizo una reverencia tan baja que casi tocó el suelo.
—Gracias. Haré lo mejor que pueda, se lo juro.
—Lo espero. Puede retirarse.
Jisoo salió, y cuando la puerta se cerró tras él, Min-jun permaneció inmóvil un momento.
Luego murmuró, como para sí mismo:
—Los ojos de ese Omega… no los voy a olvidar fácilmente.