A la mañana siguiente, Jisoo llegó puntual. No. Diez minutos antes. Tenía el pelo aún húmedo por la ducha apresurada, y una leve ansiedad bailando en el pecho.
—Buen día, Jisoo —saludó Yuna con una taza en mano—. El jefe aún no llegó, pero hoy tiene una presentación importante. Está de muy mal humor cuando hay presentaciones.
Jisoo asintió. Era su segundo día. Nada podía salir mal.
Minutos después, el ascensor se abrió.
Kang Min-jun entró con paso firme, sin mirar a nadie, pero algo en su andar estaba tenso. Casi imperceptible, pero ahí.
—Jisoo. A mi oficina.
Jisoo lo siguió. Cerró la puerta como el día anterior, sin hacer ruido. Min-jun dejó su maletín sobre el escritorio y se aflojó el nudo de la corbata.
—¿Preparaste los documentos que te pedí por correo anoche?
—Sí, están en su escritorio, señor.
—Bien. Vas a acompañarme a la sala de juntas. Necesito que proyectes la presentación y tomes notas.
Jisoo asintió. Aunque por dentro temblaba. No era solo que estuviera nervioso por equivocarse… era que cada vez que ese hombre lo miraba, sentía como si su interior reaccionara por sí solo.
En la sala de reuniones, la tensión era espesa. Directores, ejecutivos, todos esperaban algo de Min-jun. Él tomó la palabra. Firme. Seguro. Poderoso.
Y Jisoo… no podía dejar de observarlo.
Todo fue perfecto, hasta que el proyector falló.
—¿Qué pasó? —dijo uno de los socios, molesto.
Jisoo se levantó rápido, fue hasta el equipo, intentó arreglarlo, los nervios traicionándolo. El cable estaba mal enchufado.
—Perdón… ya está.
—No hay margen para errores, Jisoo —dijo Min-jun, sin levantar la voz, pero con el tono justo para congelar el aire.
La reunión siguió. Al terminar, todos salieron. Menos ellos dos.
—No tenés permitido fallar así. Sos nuevo. Te están observando —dijo Min-jun, con la voz más baja, pero no menos dura.
—Lo sé, señor. Lo siento mucho. No volverá a pasar.
Silencio.
Pero en lugar de seguir regañándolo, Min-jun suspiró. Se quitó el saco y lo apoyó sobre el respaldo de una silla.
—Acompañame a almorzar.
Jisoo lo miró, confundido.
—¿Disculpe?
—No repito dos veces. Vamos.
El restaurante era elegante, casi vacío a esa hora. Se sentaron en una mesa lateral. El menú ya estaba listo. Ambos pidieron sin hablar.
—¿Siempre sos tan callado? —preguntó Min-jun, observándolo.
—No… solo que no quiero decir algo que no deba, siendo su empleado.
—Sabés que si vivís con miedo, no vas a durar mucho. Tenés que aprender a respirar cerca de mí.
Jisoo bajó la mirada. Y por un momento, en ese espacio entre el ruido de la ciudad y el silencio de esa mesa, el aire cambió.
Cuando regresaron a la empresa, ya era tarde.
Jisoo fue a su escritorio, mientras Min-jun cerraba la puerta de su oficina. Pero antes de hacerlo, se giró una vez más:
—Buen trabajo, hoy. Mejorá lo del proyector.
Y luego, más bajo, como si fuera para sí mismo:
—Y no bajes la mirada cuando te hablo. Tenés buenos ojos.
La puerta se cerró.
Jisoo se quedó congelado, el corazón en la garganta.
No sabía si eso fue un cumplido… o un mensaje cifrado. Pero de algo estaba seguro:
Ese Alfa… empezaba a romper sus defensas, sin siquiera tocarlo.