El viernes amaneció gris, con una lluvia persistente que parecía querer borrar el ritmo frenético de la ciudad. Jisoo llegó a la oficina con el abrigo empapado, el cabello pegado a la frente, y un nudo en el estómago que no tenía que ver con el clima.
Llevaba días sintiendo cosas que no podía nombrar. Sensaciones que aparecían cada vez que su jefe se acercaba. Cosas que lo perturbaban, que lo hacían perder la concentración. Pero también lo hacían sentir vivo.
Min-jun, por su parte, parecía cada vez más distraído. Más humano. Pero sin perder ese halo de autoridad, ese magnetismo natural que intimidaba y atraía al mismo tiempo.
Esa mañana, al pasar junto a Jisoo, Min-jun se detuvo por un segundo. Algo que nunca hacía.
—Tenés gotas en la cara —dijo, en voz baja.
Jisoo lo miró, sorprendido.
—La lluvia… no me di cuenta.
Min-jun sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió. Jisoo lo tomó, sin poder evitar que sus dedos rozaran los de él.
Min-jun se fue sin decir nada más, pero Jisoo se quedó paralizado.
Más tarde, ya casi terminando la jornada, un asistente le dijo que el CEO lo esperaba en su oficina.
Al entrar, Min-jun estaba sentado, hojeando unos documentos.
—¿Me mandó llamar, señor?
—Sí. Cerramos una negociación importante hoy con un socio extranjero. Hay una cena esta noche. Quiero que me acompañes.
Jisoo parpadeó.
—¿Yo?
—Sí. Necesito alguien que entienda el área de comunicación. Y confío en tu juicio. Además… —hizo una pausa y lo miró— es hora de que te empieces a mover en otros círculos.
Jisoo no supo qué decir. El corazón le golpeaba el pecho.
—¿Debería… vestirme formal?
—Muy formal. Pasaré a buscarte a las 20:00. Mandame tu dirección por correo.
La cena fue en un restaurante lujoso, con luces tenues, mesas amplias y un ambiente refinado. Los socios hablaban inglés, francés, y un poco de coreano. Min-jun era impecable, como siempre. Jisoo lo observaba desde su lugar, asombrado de cómo se desenvolvía. Elegante, firme, sin esfuerzo.
En un momento, Min-jun se inclinó hacia él y le susurró:
—Cuando todos terminemos, nos vamos. Ya cumplimos con estar presentes.
Jisoo asintió, sin poder evitar que el aroma del perfume de su jefe lo nublara un poco.
Al salir, la lluvia seguía. Min-jun lo cubrió con su paraguas, aunque el suyo era más pequeño. Jisoo caminaba cerca de él, los hombros rozándose.
—Gracias por traerme. Fue… una experiencia.
—Te observé. Manejaste bien tu papel. Sos más inteligente de lo que pensás, Jisoo.
Y ahí estaba otra vez. Ese tono. Esa forma de decir su nombre que lo desarmaba.
—¿Por qué me trata así? —preguntó Jisoo, sin pensarlo.
Min-jun se detuvo. Lo miró bajo la lluvia. Por primera vez, lo miró como si lo viera de verdad.
—¿Así cómo?
—A veces distante. A veces… no.
Min-jun desvió la mirada hacia la oscuridad de la calle.
—Porque me estoy esforzando por no hacer algo que no debería hacer.
—¿Y qué es?
Hubo un silencio. Lluvia. Respiraciones tensas.
Min-jun dio un paso atrás. Se acomodó el abrigo.
—Entrá. Ya es tarde.
Pero Jisoo ya lo había visto. Ese leve temblor en su mandíbula. Esa tormenta en los ojos.
Y por primera vez, supo con certeza que no estaba sintiendo solo.