El lunes llegó cargado de un silencio denso entre ambos.
Después de la cena, después de esas palabras suspendidas en el aire como gotas que no se atreven a caer, Jisoo no podía pensar en otra cosa. ¿Qué era eso que Min-jun evitaba hacer? ¿Y por qué sentía, cada vez más, que su corazón se le escapaba de las manos?
En la oficina, todo parecía igual. Papeles, reuniones, llamadas, correos. Pero no lo era.
Min-jun lo miraba menos… o quizás lo miraba más, pero de forma disimulada. Y cuando lo hacía, Jisoo sentía un calor bajo la piel que no sabía cómo apagar.
Aquella tarde, Min-jun lo llamó a su despacho.
—Necesito que revises estos contratos y marques cualquier inconsistencia. Tenemos una reunión con inversores japoneses mañana. Quiero que estés presente.
—¿Yo?
—Sí. Confío en tu criterio.
Esa palabra, otra vez. Confío.
Jisoo asintió y tomó los papeles. Pero antes de salir, dudó.
—¿Está todo bien entre nosotros?
Min-jun levantó la vista, dejando el bolígrafo sobre la mesa.
—¿Qué significa "todo bien"?
—No lo sé. Solo que… desde el viernes, siento que algo cambió.
Min-jun se quedó en silencio, luego se levantó. Caminó hasta la ventana, de espaldas a Jisoo.
—Quizás cambió.
—¿Por qué no dice lo que piensa? —preguntó Jisoo, con la voz temblorosa.
El Alfa se giró lentamente. Sus ojos eran oscuros, intensos.
—Porque si digo lo que pienso, no vas a poder seguir trabajando conmigo. Y yo no estoy listo para que te vayas.
Silencio.
—¿Y si yo tampoco quiero irme?
Ese fue el momento.
Min-jun se acercó, muy despacio. Como si temiera asustarlo.
—Jisoo…
—Dígamelo.
El Alfa inspiró hondo. Luego, con una voz quebrada por la contención, murmuró:
—Sos mi punto débil. El único lugar donde bajo la guardia. Y eso me asusta más que cualquier inversión, más que cualquier pérdida.
Jisoo sintió que algo en su interior se abría. No era miedo. Era verdad.
—¿Entonces por qué me aleja?
—Porque no sé si sabría cómo cuidarte sin lastimarte.
—No soy de cristal —susurró Jisoo.
Y entonces, por primera vez, Min-jun alzó una mano y le rozó la mejilla. El contacto fue leve, contenido, como si tocara algo sagrado.
—A veces quisiera olvidarme de que sos mi empleado. De que esto es un contrato. Pero…
—¿Pero?
—Vos me hacés sentir cosas que no sé si merezco sentir.
Jisoo cerró los ojos por un segundo. Cuando los abrió, lo miró con firmeza.
—Entonces demuéstrelo. Pero no con palabras. Con actos.
Min-jun bajó la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, no supo qué responder.
Pero cuando Jisoo salió de la oficina, ambos supieron algo: nada volvería a ser igual.
Porque la línea que los separaba ya no existía.
Y la tercera temporada… sería el momento de cruzarla.