Capítulo 3: La promesa en la frente

Las luces cálidas del hogar reemplazaron la frialdad del hospital.

Una semana después, el pequeño Min-ji dormía en una cuna tejida a mano, envuelto en una manta que tenía bordado el símbolo de su familia: una luna entrelazada con dos ramas de cerezo.

Min-jun lo observaba en silencio, arrodillado junto a la cuna, con los dedos acariciando apenas los bordes del colchón.

Jisoo lo abrazó por detrás, su mentón descansando sobre el hombro de su esposo.

—¿Estás bien? —susurró.

—Nunca estuve tan bien —respondió Min-jun con voz baja—. Solo… no puedo dejar de pensar en lo que prometí.

Jisoo lo miró con ternura.

—¿La promesa de ser el mejor padre?

—No. La promesa de proteger lo que nació del alma. No solo es mi hijo. Es mi vida. Es lo mejor que hice con vos.

El silencio entre ellos no era incómodo. Era un idioma propio, sagrado.

Min-ji se movió suavemente en sueños, y Min-jun se inclinó hacia él. Apoyó los labios en su frente, muy despacio.

—Prometo, mi hijo, que aunque el mundo se vuelva oscuro, mi amor va a ser tu linterna.

Prometo que aunque caigas, voy a enseñarte a levantarte con orgullo.

Prometo que aunque duela, siempre te diré la verdad.

Y cuando no me entiendas, voy a esperarte con paciencia.

Porque soy tu papá, y esta promesa está escrita en tu piel y en mi alma.

Jisoo se sentó junto a él y agregó, acariciando los dedos diminutos de Min-ji:

—Y cuando tengas miedo, nosotros vamos a ser tus alas.

Cuando te sientas solo, vamos a ser tus raíces.

La luna volvió a asomarse por la ventana.

Min-jun y Jisoo cerraron los ojos un instante, escuchando la respiración de su hijo.

El hogar estaba lleno.

Y la promesa… ya no era solo un deseo, era un lazo eterno.