Capítulo 38: Elara - Hacia el Cielo Plomizo

El panel de acceso al conducto de muestras atmosféricas estaba oxidado y atascado, claramente sin usar durante años. Mientras Elara trabajaba con su multiherramienta para forzarlo, Maya observaba, sus ojos moviéndose nerviosamente entre Elara y el pasillo por el que habían venido. El sonido distante pero persistente de las alarmas y la ocasional comunicación por radio crepitando desde algún altavoz lejano mantenían la tensión al máximo.

Finalmente, el panel cedió con un chirrido metálico. Detrás, un eje vertical estrecho ascendía hacia la oscuridad, similar al conducto de ventilación por el que Elara había entrado al complejo, pero más antiguo y cubierto de una gruesa capa de polvo químico solidificado. Había peldaños de metal empotrados en la pared, igualmente corroídos.

"¿Tenemos que... subir por ahí?", preguntó Maya, su voz apenas un susurro.

"Es la ruta más segura ahora," dijo Elara. "Las salidas normales estarán vigiladas. Confía en mí." Ayudó a Maya a entrar primero al estrecho eje. "Sube despacio, con cuidado. Prueba cada peldaño antes de poner todo tu peso. Yo iré justo detrás de ti."

Comenzaron el ascenso. Era lento, arduo y sucio. El polvo químico se desprendía con cada movimiento, llenando el aire confinado y dificultando la respiración incluso a través de los filtros del traje de Elara (Maya, sin traje, tosía ocasionalmente). La gravedad doble hacía que cada metro ganado fuera una victoria agotadora, especialmente para Maya, cuyos pequeños brazos y piernas luchaban contra el peso constante.

Elara la animaba en voz baja, manteniéndose cerca, lista para sujetarla si resbalaba. "Ya casi llegamos. Un poco más. Lo estás haciendo bien."

Mientras subían, Elara mantenía activo el escáner de Jax. No detectó sensores electrónicos en este conducto olvidado, pero sí captó las señales de comunicación de la seguridad intensificándose en los niveles inferiores y medios del edificio. Estaban barriendo sistemáticamente, cerrando el cerco. Su decisión de tomar esta ruta parecía haber sido la correcta, por ahora.

Después de lo que pareció una hora de escalada agotadora, sintieron una ligera corriente de aire desde arriba y vieron una tenue luz filtrándose. Habían llegado cerca del tejado. La parte superior del conducto terminaba en una rejilla metálica horizontal, similar a la que Elara había usado para entrar al complejo.

Elara hizo una seña a Maya para que se detuviera justo debajo de la rejilla. Escuchó atentamente. El viento. El sonido distante de alguna maquinaria industrial fuera del complejo. Ningún sonido de pasos o voces cercanas.

Con extrema precaución, usó su multiherramienta para desenganchar la rejilla. Era ligera y cedió fácilmente. Empujó la rejilla a un lado y asomó la cabeza.

Estaban en el tejado principal del edificio más alto del complejo. Era una vasta extensión de material bituminoso agrietado, salpicado de antenas parabólicas oxidadas, unidades de climatización silenciosas y la pequeña caseta de monitorización que había visto en los planos. El cielo plomizo del Sector Kappa se extendía sobre ellas, indiferente. El aire aquí era frío y olía fuertemente a los químicos que emanaban de las ruinas circundantes.

Ayudó a Maya a salir del conducto y luego salió ella, volviendo a colocar la rejilla en su sitio para no dejar una señal obvia. Se agacharon detrás de una unidad de climatización grande, recuperando el aliento y observando el perímetro del tejado.

No había guardias visibles aquí arriba. Probablemente no consideraban el tejado una ruta de escape viable o un punto de entrada probable. Pero eso no significaba que estuvieran a salvo. Había cámaras montadas en las esquinas del edificio, aunque parecían modelos más antiguos.

"¿Estamos... fuera?", preguntó Maya, mirando a su alrededor con una mezcla de miedo y asombro.

"Casi," dijo Elara. "Ahora tenemos que bajar."

El edificio tenía al menos cinco o seis pisos de altura desde aquí hasta el nivel del suelo. Saltar era imposible. Necesitaban encontrar una escalera de servicio exterior, un sistema de poleas de mantenimiento, o improvisar un descenso con algo que encontraran en el tejado.

Se movieron sigilosamente por el tejado, manteniéndose agachadas y usando las estructuras como cobertura contra las cámaras. Llegaron a la caseta de monitorización. La puerta estaba cerrada con una simple cerradura física. Elara la abrió en segundos con una ganzúa.

El interior estaba abandonado, lleno de equipos de monitorización atmosférica obsoletos cubiertos de polvo. Pero en una esquina, encontraron algo útil: un rollo de cable grueso de fibra sintética, probablemente usado antiguamente para bajar equipos o sensores. Parecía fuerte y estaba en condiciones razonables. Calculó la longitud. Podría ser suficiente para llegar a un nivel inferior o incluso al suelo si tenían suerte.

También encontró un arnés de seguridad viejo pero funcional y algunos mosquetones.

"Plan B," murmuró Elara. Ancló un extremo del cable a una base metálica sólida de una antena en el tejado, asegurándose de que el anclaje fuera firme. Se puso el arnés.

Miró a Maya. La niña estaba pálida y asustada. "¿Vamos a... bajar por ahí?"

"Es la forma más rápida y discreta," dijo Elara. "Te aseguraré a mí. Solo tienes que agarrarte fuerte y no mirar hacia abajo." Sabía que era pedirle mucho a una niña de diez años que acababa de escapar de una celda de contención, pero no tenían muchas opciones.

Aseguró a Maya a su propio arnés usando un trozo corto de cable y un mosquetón, manteniéndola cerca, casi pegada a su espalda. Se acercó al borde del tejado, asegurándose de estar en un punto ciego de las cámaras. El suelo parecía terriblemente lejano.

Comenzó el descenso en rápel improvisado, usando el cable y el mosquetón como freno, controlando la velocidad con sus manos enguantadas (que pronto empezaron a arder por la fricción) y sus pies contra la pared rugosa del edificio. Maya se aferraba a ella como una lapa, con los ojos cerrados con fuerza, temblando pero en silencio.

Bajaron lentamente, metro a metro. El viento azotaba a su alrededor, amenazando con hacerlas oscilar. Elara se concentraba intensamente, sus músculos tensos por el esfuerzo de controlar el descenso de ambos pesos en la gravedad doble.

Estaban a mitad de camino cuando oyó un sonido desde arriba. Un zumbido agudo y creciente. Miró hacia arriba. Un dron. No uno de los modelos de vigilancia estándar, sino algo más pequeño, más rápido, con una luz roja parpadeante. Había salido de algún lugar del tejado y ahora descendía hacia ellas.

Las habían detectado.

Fin del Capítulo 38.