Capítulo 47: Kaelen – Silencio Roto

La transición del estruendo húmedo y caótico de los callejones de Kratos a la quietud sofocante del interior del edificio fue abrupta, casi dolorosa. Kaelen se deslizó a través de la estrecha abertura oculta tras la plancha de metal suelta, el aire frío y estancado del interior envolviendo como una mortaja húmeda. Olía a polvo viejo, a hormigón húmedo, al moho que trepaba por las paredes como una enfermedad pétrea, pero bajo todo eso, persistía el débil y familiar aroma de los antisépticos baratos que Lena usaba. Era un olor que siempre había asociado con un mínimo de seguridad, un pequeño oasis en la podredumbre de Kratos. Ahora, sin embargo, se mezclaba con algo más, un matiz casi subliminal, metálico y vagamente dulce, que su Percepción P7 aisló con alarmante claridad. Sangre. No fresca, quizás, ni abundante, pero inconfundible para cualquiera que hubiera pasado suficiente tiempo en los rincones más oscuros del distrito.

Volvió a colocar la plancha de metal en su sitio, un movimiento instintivo de sigilo arraigado por la supervivencia. Se quedó inmóvil un momento, agachado en la penumbra del nivel del suelo, dejando que sus sentidos P7 barrieran el entorno inmediato. El silencio aquí era diferente al del exterior. No era la ausencia de ruido, sino una quietud tensa, preñada, como el aire antes de una tormenta eléctrica o el momento justo antes de que el metal fatigado cediera. Podía oír el latido de su propio corazón, un tambor sordo en sus oídos, y el casi imperceptible susurro del aire moviéndose perezosamente a través de grietas en las paredes. Nada más. Ni el zumbido bajo del purificador de aire que Lena mantenía funcionando tercamente, ni el más leve indicio de movimiento o respiración ajena.

Su mano derecha, ya cubierta por un guante sin dedos que dejaba sentir el frío del metal, se cerró con fuerza sobre la empuñadura texturizada de su vibro-cuchillo. El arma era una extensión de su voluntad en este entorno, una herramienta necesaria para disuadir o responder a la violencia endémica de Kratos. Avanzó con una lentitud agónica hacia las escaleras que llevaban al segundo piso, donde Lena había reclamado su pequeño espacio. Cada paso sobre los escombros sueltos del suelo era calculado, cada cambio de peso medido para minimizar el ruido. Conocía este camino como la palma de su mano marcada por cicatrices; lo había recorrido docenas de veces, buscando la compañía tranquila de Lena, un breve respiro del aislamiento corrosivo de su existencia. Pero hoy, cada sombra parecía más profunda, cada esquina ocultaba una amenaza potencial magnificada por el silencio antinatural.

Las escaleras de hormigón estaban desconchadas, cubiertas de grafitis olvidados y la mugre de décadas. Ascendió pegado a la pared, usando las sombras como un aliado precario. El rellano del segundo piso estaba tan silencioso como la planta baja. La puerta del apartamento improvisado de Lena, una vieja puerta de metal rescatada de algún otro derrumbe, estaba entreabierta unos pocos centímetros. Una invitación oscura y ambigua.

Se detuvo de nuevo, aguzando el oído hasta el límite de su Percepción P7. Intentó captar cualquier vibración, cualquier respiración contenida, cualquier chasquido de metal o cuero que delatara una presencia oculta. Nada. Solo el silencio y ese olor metálico, ahora un poco más pronunciado, mezclado con el aroma acre del miedo que emanaba de su propia piel.

Con la punta de su bota, empujó la puerta. El metal protestó con un chirrido largo y lastimero que pareció resonar interminablemente en el pasillo silencioso. Kaelen se tensó, esperando una reacción, un disparo, un grito. Silencio.

Entró en la habitación principal, barriéndola con la mirada, su cuerpo en una postura baja y alerta, el vibro-cuchillo listo. La visión lo golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago. El lugar estaba completamente revuelto, pero no de la forma caótica y destructiva que emplearían los Chacales en un saqueo rápido. No había la furia ciega de la desesperación o el vandalismo sin sentido. Esto era diferente. Metódico. Frío.

Las pocas posesiones de Lena estaban esparcidas por el suelo de tablas de madera podridas: ropa doblada sacada bruscamente de contenedores de plástico, suministros médicos básicos desparramados de sus cajas, herramientas sencillas dejadas caer sin cuidado. La mesa improvisada donde a veces compartían una ración estaba volcada, sus patas de metal apuntando al techo como los miembros de un insecto muerto. El delgado colchón en la esquina había sido rajado de arriba abajo, el relleno sintético grisáceo asomando como entrañas pálidas. Habían buscado algo específico. Con eficiencia. Con un propósito claro que Kaelen no alcanzaba a comprender, pero cuya naturaleza le helaba la sangre.

«Grado Cero.» El nombre resonó en su mente, no como una sospecha, sino como una certeza amarga. Este nivel de intrusión calculada, esta falta de consideración por el ocupante más allá de su utilidad como fuente de información o como objetivo, tenía su firma invisible. Eran los fantasmas que lo perseguían, la organización sombría que había destrozado la vida de Elara y que ahora, parecía, había extendido sus tentáculos hasta este rincón olvidado de Kratos. ¿Por él? ¿O por Lena misma? La incertidumbre era casi tan mala como la confirmación.

Avanzó con cautela hacia el centro de la habitación, sus botas evitando crujir sobre las tablas sueltas. Sus ojos escanearon cada detalle, buscando cualquier cosa que los intrusos pudieran haber pasado por alto. Una taza de lata abollada yacía cerca de la pared, probablemente caída de la mesa. Y entonces, su mirada se fijó en el suelo, cerca de donde Lena solía tener su pequeño puesto de primeros auxilios improvisado.

Una mancha. Oscura, de un rojo parduzco sobre la madera grisácea. El origen definitivo del olor metálico. Sangre seca. Se arrodilló junto a ella, el frío del suelo filtrándose a través de la rodillera de sus pantalones. La examinó de cerca, notando los bordes ligeramente deshilachados donde se había empapado en la madera porosa. No era una gran cantidad. No lo suficiente como para sugerir una herida mortal, se dijo a sí mismo, aferrándose a esa brizna de esperanza. Pero era suficiente para indicar una lucha, un golpe, violencia. ¿Lena se había resistido? ¿La habían herido al llevársela? ¿O había logrado herir a uno de ellos y escapar? Las preguntas se agolpaban, sin respuesta.

Pasó los dedos enguantados cerca de la mancha, sintiendo la textura ligeramente áspera de la sangre seca. Levantó la vista, su mirada recorriendo la pared directamente sobre la mancha, siguiendo una lógica instintiva de buscar pistas en el epicentro de la violencia.

Y allí estaba.

Casi invisible bajo una capa de mugre y el desconchado de la pintura vieja, había una marca que no pertenecía. Pequeña, no más grande que la palma de su mano, grabada apresuradamente en el yeso con algo afilado y preciso. No era un grafiti Chacal, ni un símbolo de pandilla territorial. Era un círculo casi perfecto, y cruzándolo verticalmente, tres líneas paralelas y onduladas, como ondas de agua o energía.

Kaelen frunció el ceño, acercándose. La marca era definitivamente reciente; el polvo y la suciedad habían sido raspados para crearla. Emanaba una extraña sensación de propósito deliberado. ¿Un mensaje? ¿Una advertencia? ¿Un identificador? ¿De quién? ¿De Lena, dejándole una pista? ¿O de los atacantes, marcando el lugar por alguna razón desconocida?

Intentó recordar dónde podría haber visto algo similar. Rebuscó en los fragmentos de datos interceptados del dispositivo de escucha de GC, en los símbolos corporativos que plagaban incluso las ruinas de Kratos, en los tatuajes y marcas de las diversas facciones del distrito. Nada encajaba. El símbolo era simple, casi abstracto, pero resonaba con una extraña familiaridad incómoda, como un recuerdo al borde de la conciencia que se negaba a emerger por completo.

Se levantó lentamente, la tensión acumulada en sus hombros convirtiéndose en un dolor sordo. Recorrió el resto del pequeño apartamento –el diminuto dormitorio con apenas espacio para el colchón rajado, el baño decrépito con sus tuberías corroídas– con una minuciosidad desesperada. Buscó cualquier otra señal, una nota oculta, un objeto fuera de lugar que pudiera indicar el destino de Lena. No encontró nada. Solo el eco de su ausencia, el desorden frío y calculado, y el enigma silencioso del símbolo en la pared.

Volvió a la habitación principal, sintiendo cómo la frustración y la preocupación se convertían en una rabia fría y controlada. Estaba en un callejón sin salida. Lena había desaparecido, muy probablemente llevada por Grado Cero o alguien relacionado con ellos. No tenía idea de adónde, ni por qué exactamente. Estaba solo, con apenas 3 PS y un vibro-cuchillo contra una organización con recursos aparentemente ilimitados.

Fue entonces cuando la notificación del Sistema, que había estado parpadeando discretamente en su visión periférica, volvió a llamar su atención, más insistente esta vez.

[Misión: Interferencia Oportunista (M)]

[Objetivo: Localizar y recuperar unidad de datos de comunicador Chacal activo en las cercanías (Radio: 30m). Datos relacionados con movimientos de patrulla recientes.]

[Recompensa: 15 PS, Componente Electrónico Básico x1]

[Penalización por Fracaso/Ignorar (Tras Aceptación): -5 PS, Aumento de Atención Chacal en la zona.]

[¿Aceptar Misión? S/N]

El radio de búsqueda se había reducido aún más. Treinta metros. Estaba prácticamente encima de él. Fuera del edificio, probablemente en el callejón o en una estructura adyacente. La proximidad era demasiado conveniente para ser una simple coincidencia. ¿Estaban los Chacales involucrados de alguna manera, aunque fuera indirectamente? ¿Quizás vieron algo mientras GC operaba aquí? ¿O tal vez el comunicador contenía información sobre movimientos inusuales en la zona que pudieran estar relacionados con la desaparición de Lena?

Los datos de patrulla… Podrían ser inútiles, simples charlas de matones sobre extorsiones o peleas territoriales. O podrían contener la clave. Una mención de vehículos sin marcar, de personal con equipo avanzado, de una mujer siendo escoltada a la fuerza… Era una posibilidad remota, una apuesta desesperada.

Pero en ese momento, era la única posibilidad que tenía. Quedarse allí, mirando el símbolo y la sangre seca, no llevaría a ninguna parte. Necesitaba actuar. Necesitaba información. Necesitaba los 15 PS y el componente electrónico, por insignificantes que parecieran frente a la magnitud del problema; eran recursos, y en Kratos, cualquier recurso era valioso. La penalización por fracaso era brutal –perder 5 PS lo dejaría con un saldo negativo, y atraer más atención Chacal era lo último que necesitaba– pero el riesgo de la inacción era mayor.

La preocupación por Lena seguía siendo una herida abierta, pero ahora se templaba con la fría necesidad de la supervivencia y la caza. No podía salvarla si no sabía dónde estaba o quién la tenía. Esta misión, este comunicador Chacal, era el primer hilo, por delgado que fuera, al que podía aferrarse.

«De acuerdo, Sistema», pensó, la decisión endureciendo sus facciones. «Acepto. Muéstrame el camino.»

Con un parpadeo de su voluntad, seleccionó la opción "S" en la interfaz.

[Misión Aceptada: Interferencia Oportunista (M)]

[Nuevo Objetivo Marcado: Localizar fuente de señal (28m).]

[Tiempo Estimado Restante de Señal Activa: 11 minutos 45 segundos.]

[Advertencia: Riesgo de Detección Moderado. Múltiples señales biológicas hostiles en proximidad al objetivo.]

Un pequeño marcador vectorial apareció en su HUD interno, un punto rojo pulsante que indicaba una dirección clara: abajo, saliendo del edificio, y hacia el callejón trasero adyacente. "Múltiples señales biológicas hostiles". Chacales, sin duda. Probablemente el grupo que había oído antes, o uno similar.

Once minutos y medio. No había tiempo que perder.

Lanzó una última mirada al apartamento violado, grabando en su memoria el símbolo en la pared y la mancha oscura en el suelo. Una promesa silenciosa se forjó en el fuego frío de su rabia: encontraría a Lena. Averiguaría qué significaba ese símbolo. Y haría pagar a los responsables.

Se dio la vuelta y salió del apartamento, moviéndose con una nueva urgencia, el vibro-cuchillo firmemente agarrado. El silencio opresivo del refugio fue reemplazado por el propósito claro y peligroso de la caza.