Elara despertó con un sobresalto que le recorrió todo el cuerpo, arrancándola de un sueño intranquilo y sin descanso. El corazón le martilleaba contra las costillas como un tambor desbocado. Por un instante fugaz y desorientado, la oscuridad absoluta la confundió; solo registró el frío húmedo del hormigón áspero bajo su cuerpo dolorido y la punzada aguda en su tobillo derecho cuando intentó moverse instintivamente. Entonces, el olor la ancló de nuevo a la realidad: esa mezcla penetrante y nauseabunda de moho, agua estancada y el leve rastro químico persistente. La tubería. Su improvisado, hediondo y precario santuario.
¿Qué la había sacado de su agotado letargo? Aguzó el oído, cada músculo tenso, intentando descifrar los sonidos dentro de la profunda oscuridad. El goteo constante del agua seguía presente, un metrónomo lúgubre marcando el paso del tiempo en algún lugar más profundo de la estructura cilíndrica. La respiración suave y regular de Maya a su lado era un contrapunto tranquilizador, un pequeño faro de vida en la quietud opresiva. Pero había algo más, algo que no estaba allí antes o que no había percibido con tanta claridad. Una vibración. Baja, casi infrasónica, una especie de zumbido grave e irregular que parecía transmitirse a través del propio hormigón bajo ella, más sentida que oída.
Con un esfuerzo que le costó un gemido ahogado, se incorporó lentamente, apoyándose en una mano mientras intentaba ignorar la protesta de sus músculos fatigados y el dolor en el tobillo inmovilizado. El zumbido no cesaba. Parecía emanar de las profundidades de la red de tuberías subterráneas, o quizás de alguna maquinaria olvidada en las entrañas de este distrito industrial muerto. ¿Era una reliquia funcional del pasado tecnológico de Aethelgard, aún girando en la oscuridad? ¿O era algo nuevo? ¿Algo activo? ¿Algo que se acercaba?
La paranoia, su compañera constante desde que el Sistema se activó y especialmente desde la emboscada, le susurró escenarios funestos. Grado Cero. Tenían recursos que ella apenas podía imaginar: drones sigilosos, sensores sísmicos, tecnología de rastreo avanzada. ¿Podrían haberla localizado? ¿Era esta vibración el preludio de un asalto, la señal de que su breve respiro estaba a punto de terminar?
La interfaz del Sistema parpadeó débilmente en su visión periférica, tan rota e inútil como se sentía ella misma.
[SISTEMA: Diagnóstico… 8% completado. Errores críticos persistentes en núcleo neural.]
[ADVERTENCIA: Detectada interferencia energética externa significativa (Fuente: Fragmento Inestable Próximo). Sensores ambientales primarios operando con fiabilidad reducida.]
[Estado Habilidad Sigilo B3: INESTABLE. Fiabilidad estimada: 15%. Activación podría causar desorientación sensorial o retroalimentación neural adversa.]
[Estado Habilidades Hacking B1, SegRed B2: SUBSISTEMAS OFFLINE. Requiere reparación de núcleo.]
[PS: 77 (BLOQUEADOS - ACCESO DENEGADO)]
«Sensores poco fiables… por la interferencia de Maya.» El Sistema, incluso en su estado fragmentado, identificaba a la niña como la fuente del problema. Era una amarga ironía: la presencia de la niña que intentaba proteger era la misma que la dejaba parcialmente ciega a su entorno y que había dañado su propia interfaz. Se sentía atrapada en una red de fallos y peligros interconectados. Los 77 PS bloqueados eran una burla cruel, un tesoro de poder potencial que no podía tocar.
El zumbido grave pareció fluctuar ligeramente, volviéndose un poco más rítmico por un momento antes de volver a su patrón irregular. ¿O era solo su percepción, agudizada por el miedo, jugando con ella? Se arrastró con doloroso sigilo hacia la boca de la tubería, manteniendo su cuerpo pegado al suelo curvo, cada movimiento una negociación con el dolor de su tobillo vendado. El vendaje ofrecía soporte, pero no eliminaba la sensación de cristales rotos moliéndose en la articulación con cada apoyo.
Asomó la cabeza con extrema precaución, exponiendo lo mínimo indispensable para observar el exterior. La luz del ciclo diurno de Aethelgard –si es que se podía llamar así a la perpetua penumbra grisácea filtrada por la atmósfera tóxica sobre Neo-Veridia– bañaba los baldíos industriales en tonos desvaídos y enfermizos. La lluvia ácida había cesado temporalmente, dejando tras de sí charcos que brillaban con una película aceitosa e iridiscente y un aire cargado de una humedad pesada y química. El paisaje era una desolación de metal retorcido, esqueletos de edificios de hormigón agrietado y la silueta distante y amenazadora de los niveles superiores de la ciudad. No vio movimiento. Ninguna señal de vehículos, drones o figuras humanas. Solo la quietud rota por el viento ocasional que silbaba entre las ruinas.
El zumbido seguía allí, una nota de bajo constante bajo los sonidos ambientales. No parecía haber cambiado de intensidad ni de dirección aparente. Quizás era solo eso, parte del ruido de fondo de esta zona muerta, una maquinaria olvidada en algún nivel subterráneo realizando una función desconocida desde hacía décadas. Era plausible. Kratos y sus alrededores eran un cementerio de tecnologías abandonadas. Por ahora, decidió con renuencia, no podía hacer nada al respecto. Investigar sería una locura, una exposición innecesaria con su movilidad reducida y su Sistema inútil.
Se retiró de nuevo a la oscuridad protectora, el corazón aún latiendo con fuerza. Su prioridad tenía que ser lo inmediato: el refugio, Maya, sus propios recursos limitados.
Se acercó a la niña dormida. Maya yacía inmóvil, su rostro pálido bajo la capa de suciedad de la huida. Parecía tan frágil, casi etérea en la penumbra. Su respiración era regular, un poco más profunda que antes, quizás. Un leve ceño fruncido arrugaba su frente, como si estuviera atrapada en un sueño desagradable. Recordó los informes fragmentados que había descargado en el complejo Kappa, las menciones a experimentos, a "potencial bio-eléctrico". ¿Qué horrores había presenciado y sufrido esa niña? La necesidad de protegerla era una fuerza visceral, casi abrumadora.
Con infinita cautela, Elara extendió una mano temblorosa, no para tocarla directamente, sino para sentir el aire cerca de su sien, buscando instintivamente signos de fiebre. Antes de que sus dedos rozaran siquiera el cabello de Maya, sintió una clara e inconfundible oleada de electricidad estática en el aire, haciendo que los finos vellos de su antebrazo se erizaran. Simultáneamente, una efímera y casi subliminal luminiscencia azulada, como el brillo de un plancton bioluminiscente perturbado, parpadeó por una fracción de segundo en el espacio justo encima de la piel de la niña, cerca de donde estaban sus dedos. No hubo contacto, no hubo chispa directa, solo esa manifestación silenciosa y fugaz de energía contenida.
Elara retiró la mano como si el aire mismo quemara, el corazón dando un vuelco doloroso. La luminiscencia se desvaneció tan rápido como apareció, dejando solo la oscuridad y el eco de la energía inestable. No había sido una descarga, no le había hecho daño, pero la demostración, por sutil que fuera, era profundamente inquietante. Esa era la fuente de la inestabilidad. El fragmento de Maya era potente, salvaje y, lo más preocupante, completamente fuera de control. Comprendió con mayor claridad por qué su propio Sistema se había fracturado durante la Fusión: había sido expuesto a una sobrecarga caótica de esa energía bruta. Si esa energía se desataba de verdad… las consecuencias eran impensables. Comprobó rápidamente el pulso de Maya en el cuello; seguía siendo estable, regular. La niña no pareció haberse perturbado. Pero la ansiedad de Elara se intensificó.
Necesitaba centrarse. Volvió a su mochila, obligándose a seguir el plan básico que había trazado. Los suministros eran críticamente bajos. Sacó una de las barritas nutritivas de emergencia y la partió por la mitad con esfuerzo. Comió una mitad, el sabor a cartón y químicos llenándole la boca, y guardó la otra. Tomó un sorbo minúsculo de la poca agua que quedaba en su botella, sintiendo el líquido tibio apenas humedecer su garganta seca. Cada gota, cada caloría, tenía que durar lo máximo posible.
Sacó de nuevo el diario de su padre y el pequeño disco de datos que había encontrado. Abrió el diario al azar, la tenue luz intermitente del Sistema apenas iluminando las apretadas notas y diagramas de Elias Thorne. Sus ojos se posaron en una página que mostraba un esquema complejo de lo que parecían ser nodos de energía interconectados, con anotaciones al margen sobre "campos de estabilización de resonancia" y "armónicos de fragmentos". La ironía era cruel. Su padre había estudiado cómo estabilizar estas energías, y ella estaba atrapada con un fragmento inestable que destrozaba su propio Sistema. ¿Contenía el diario la clave para ayudar a Maya, para repararse a sí misma? Era demasiado complejo, demasiado denso para descifrarlo en su estado actual.
Examinó el disco de datos de nuevo, girándolo entre sus dedos. Bajo la luz intermitente, notó algo que había pasado por alto antes: un símbolo diminuto grabado cerca del orificio central, casi borrado por el tiempo y el uso. Parecía una espiral estilizada dentro de un hexágono. No lo reconoció. ¿Era un logo corporativo antiguo? ¿Una marca de proyecto? ¿De Sphaera Cognita? ¿O de Grado Cero? Otra pregunta sin respuesta, otro misterio en la creciente pila.
Con un suspiro tembloroso, guardó el diario y el disco. Se concentró en una tarea simple: mejorar mínimamente su entorno. Usando un trozo de metal plano que encontró entre los escombros cercanos, barrió con cuidado un área pequeña del suelo curvo de la tubería, quitando la peor parte de la suciedad y la humedad, creando un espacio marginalmente más limpio y seco para ella y Maya. Era un gesto pequeño, casi fútil contra la inmensidad de su situación, pero era una acción. Un intento de imponer un mínimo de orden en el caos.
Se recostó contra la pared fría, atrayendo a Maya dormida un poco más cerca, un gesto puramente protector. El zumbido lejano se había asentado ahora en un thrum bajo y constante, menos errático, pero aún presente, una nota de fondo ominosa. Maya suspiró suavemente en sueños, un sonido que hizo que el corazón de Elara se encogiera. La interfaz del Sistema parpadeó una vez más.
[Diagnóstico… 9% completado. Estabilidad del núcleo: Crítica.]
Cerró los ojos, pero no durmió. Solo escuchó. El goteo. La respiración de Maya. El zumbido distante. Y el latido ansioso de su propio corazón en la opresiva oscuridad. El santuario se sentía más frágil que nunca.