La noche se había asentado por completo sobre los baldíos industriales, una oscuridad profunda apenas mitigada por el lejano resplandor anaranjado de las refinerías en el horizonte y el brillo ocasional de alguna luz de seguridad olvidada en las estructuras más altas. Las sombras se alargaban como dedos retorcidos, transformando las ruinas familiares del crepúsculo en un paisaje alienígena y amenazador. Cada paso era una lucha para Elara, que se apoyaba pesadamente en la muleta metálica improvisada. El metal frío mordía su mano incluso a través de la tela de su guante gastado, y el impacto en el suelo irregular enviaba sacudidas de dolor por su pierna herida.
A su lado, Maya avanzaba en silencio, una pequeña sombra pegada a la de Elara. Su miedo era palpable en la tensión de sus hombros y en la forma en que sus ojos escrutaban constantemente la oscuridad circundante, pero no decía nada, simplemente caminaba, poniendo sus pequeñas botas con sorprendente cuidado donde pisaba Elara. El agotamiento comenzaba a hacer mella en ella también; sus pasos eran más lentos, su respiración un poco más audible.
Los sonidos de la noche industrial eran una sinfonía discordante. El viento gemía al pasar por los huecos de las ventanas rotas y las estructuras metálicas cavernosas. Ocasionalmente, el estrépito repentino de metal cayendo en la distancia los hacía sobresaltar a ambos. Ruidos de correteo rápido y sigiloso en la periferia de su audición sugerían la presencia de la fauna adaptada a este entorno tóxico, criaturas que era mejor no ver.
Y bajo todo ello, el zumbido. Aquella vibración de baja frecuencia era ahora un sonido más perceptible, aunque todavía bajo, una nota grave y constante que parecía emanar claramente del este. Tenía una cualidad extraña aquí, al aire libre, como si hiciera vibrar el aire mismo, una presión sutil que se sentía en los oídos. Elara notó que parecía resonar con más fuerza cerca de las grandes estructuras metálicas, como si interactuara con ellas.
Su ruta improvisada, basada en la vaga dirección hacia el este y la necesidad de evitar los espacios abiertos, los llevó hacia los restos de lo que Elara supuso que había sido una gran planta de procesamiento. El aire aquí tenía una cualidad diferente, un olor químico áspero flotaba entre las ruinas, un recordatorio de la antigua función industrial del lugar. El suelo estaba cubierto en parches por residuos secos y agrietados, y Elara guió a Maya con extremo cuidado alrededor de varias áreas donde el suelo parecía inestable o manchado con sustancias de aspecto sospechoso.
"No respires muy profundo por aquí", murmuró Elara, más para sí misma que para Maya, mientras se cubría la boca y la nariz con el antebrazo. Maya imitó el gesto instintivamente. Tuvieron que desviarse significativamente para rodear un área donde una serie de grandes tanques de almacenamiento se habían derrumbado, creando un laberinto de metal retorcido y potencialmente inestable. El progreso se hizo aún más lento, cada paso una cuidadosa evaluación del terreno.
"¿Falta... mucho?", preguntó Maya finalmente, su voz pequeña y ahogada por el brazo que cubría su boca.
Elara dudó. ¿Qué podía decirle? La verdad era que no tenía ni idea. El Puesto Kilo era una posibilidad remota basada en un diario viejo. Podrían estar caminando hacia la nada, o peor. "Estamos buscando un lugar seguro", dijo Elara, eligiendo sus palabras con cuidado. "Un refugio que... gente que conocía a mi padre construyó hace tiempo. Espero que esté cerca". Era una verdad a medias, pero era lo único que podía ofrecerle a la niña.
Vio cómo Maya asentía lentamente, aceptando la respuesta sin más preguntas por el momento. Elara aprovechó una breve pausa mientras evaluaba el camino a seguir para sacar la botella de agua. Quedaba apenas un dedo de líquido en el fondo. Desenroscó la tapa y se la ofreció a Maya. "Bebe. Es lo último que queda".
Maya la miró, luego a la botella, y finalmente tomó un sorbo muy pequeño antes de devolvérsela a Elara. Elara bebió el resto, apenas lo suficiente para humedecer su lengua. La última barrita nutritiva la habían compartido hacía horas. El hambre era ahora un dolor sordo en su estómago, y la sed una presencia constante y rasposa en su garganta. La urgencia de encontrar refugio, agua y comida se volvió desesperada.
Continuaron avanzando, saliendo del área de procesamiento químico hacia una zona de estructuras de almacenamiento derrumbadas. Aquí, el zumbido pareció intensificarse ligeramente, adquiriendo una especie de pulso rítmico casi imperceptible bajo la nota constante. Era sutil, pero Elara estaba segura de que no era su imaginación. Se sentía... extraño. Como si algo estuviera vivo en el corazón de estas ruinas.
La interfaz del Sistema parpadeó, captando su atención.
[SISTEMA: Diagnóstico… 11% completado. Advertencia: Campo EM de baja frecuencia (Patrón rítmico estable) detectado. Intensidad: Moderada y en aumento. Origen vectorial: Este (Precisión: +/- 15 grados).]
El Sistema confirmaba sus sentidos. El zumbido era real, tenía un patrón, y se estaban acercando a su fuente. El diagnóstico apenas había avanzado, pero al menos los sensores ambientales parecían estar captando algo significativo. ¿Estaba relacionado con el Puesto Kilo? ¿O era algo completamente distinto, quizás otro peligro olvidado de Aethelgard?
Se detuvieron al borde de una amplia extensión de lo que solía ser un patio de carga o una explanada, ahora un campo de batalla de contenedores volcados, vigas de metal retorcidas y cráteres de impacto de origen desconocido. Al otro lado de esta peligrosa extensión, a quizás doscientos o trescientos metros de distancia, se alzaba un grupo de estructuras. A diferencia de las ruinas caóticas que las rodeaban, estos edificios parecían más intactos, aunque igualmente viejos y desgastados. Tenían una forma extrañamente angular y funcional, casi brutalista, y desde su posición, Elara creyó ver una tenue luminiscencia azulada parpadeando intermitentemente cerca del nivel del suelo en uno de ellos.
El zumbido y la sensación de presión en el aire eran definitivamente más fuertes aquí, emanando claramente de ese grupo de edificios. Ese tenía que ser el lugar. ¿Puesto Kilo? ¿O la fuente de las fluctuaciones EM que detectaba su Sistema?
El problema era cruzar la explanada. Ofrecía poca cobertura, salvo los propios escombros dispersos. Era un campo abierto que los expondría a cualquier observador durante varios minutos cruciales. Y no tenían forma de saber qué peligros acechaban entre los contenedores volcados o en las sombras de las estructuras distantes.
Elara estudió el terreno, su mente evaluando rápidamente las posibles rutas. Podían intentar rodear la explanada, lo que añadiría mucho tiempo y distancia a su ya arduo viaje, llevándolos a través de zonas desconocidas. O podían intentar cruzarla directamente, moviéndose de cobertura en cobertura, rápido y con suerte.
Miró a Maya, acurrucada a su lado, temblando ligeramente por el frío y el miedo. La niña estaba al límite de su resistencia. Un rodeo largo podría ser demasiado para ella. Pero un cruce directo era increíblemente arriesgado.
La luminiscencia azulada en el edificio distante parpadeó de nuevo, un pulso fantasmal en la oscuridad. El zumbido parecía casi llamarlos, una sirena subsónica en la noche industrial. ¿Era una invitación a un refugio o una advertencia de peligro?
Se encontraban en una encrucijada. Presionar hacia adelante, hacia lo desconocido pero potencialmente salvador, o buscar una cobertura temporal para descansar, observar y quizás reconsiderar. El peso de la decisión recayó sobre Elara, tan pesado como la alta gravedad de Aethelgard.