El viento nocturno barría la explanada abierta, levantando pequeños remolinos de polvo y ceniza química que picaban en los ojos. Elara se mantuvo agachada detrás de un gran bloque de hormigón volcado, usando su escasa cobertura para observar el terreno que se extendía ante ellas. Doscientos, quizás trescientos metros de espacio relativamente abierto, salpicado de contenedores oxidados, vigas retorcidas y cráteres de profundidad incierta, separaban su posición actual del grupo de edificios angulares que se alzaban en la distancia.
La tenue luminiscencia azulada que había visto antes seguía parpadeando intermitentemente cerca de la base de la estructura más grande, un pulso fantasmal en la oscuridad casi total. Y el zumbido de baja frecuencia era innegable aquí, una presencia constante que parecía hacer vibrar el aire, más intenso y con ese pulso rítmico subyacente que había notado antes. Era extraño, casi hipnótico, pero también profundamente inquietante. Si eso era el Puesto Kilo, no era exactamente discreto en el espectro energético, aunque fuera invisible a simple vista.
Maya se acurrucaba junto a ella, tiritando ligeramente, aunque no solo por el frío. Sus ojos estaban fijos en los edificios distantes, una mezcla de miedo y curiosidad infantil en su mirada. "¿Qué es... ese lugar?", susurró, su voz apenas un soplo contra el silbido del viento.
"No lo sé seguro, Maya", respondió Elara honestamente, sin apartar la vista de la explanada. "Pero podría ser... un lugar seguro. Un refugio. Tenemos que intentarlo". La alternativa –permanecer allí, expuestas, sin comida ni agua– era impensable.
La decisión estaba tomada, pero la ejecución era el problema. Cruzar directamente era rápido pero arriesgado. Rodear era más seguro en teoría, pero llevaría horas y las adentraría en sectores completamente desconocidos de las ruinas, agotando las últimas fuerzas de Maya. Tenía que ser un cruce directo, usando la cobertura disponible lo mejor posible.
"Escúchame con atención, Maya", dijo Elara, volviéndose hacia la niña y mirándola directamente a los ojos, tratando de transmitir calma y autoridad. "Vamos a cruzar esto. Iremos de una cobertura a otra, lo más rápido que podamos. Tienes que seguirme exactamente, ¿entiendes? No te detengas, no hagas ruido. Si digo 'abajo', te tiras al suelo inmediatamente. ¿De acuerdo?"
Maya tragó saliva, sus ojos muy abiertos, pero asintió con determinación. "De acuerdo, Elara".
"Bien". Elara respiró hondo, preparándose mentalmente. Se apoyó en su muleta improvisada, sintiendo el dolor familiar en el tobillo. Sería lento, sería doloroso, pero tenían que hacerlo. "Lista. Ahora".
Salieron de detrás del bloque de hormigón y comenzaron a moverse, Elara marcando un ritmo cojeante pero lo más rápido posible, Maya siguiéndola de cerca como una sombra. Se dirigieron hacia el contenedor de carga volcado más cercano, a unos treinta metros de distancia. El espacio abierto se sintió vasto y aterrador. Cada sonido parecía amplificado, cada sombra una amenaza potencial. Elara escaneaba constantemente los alrededores, buscando cualquier signo de movimiento, cualquier reflejo de luz antinatural.
Alcanzaron el contenedor y se agacharon detrás de él, recuperando el aliento por un momento. El corazón de Elara latía con fuerza contra sus costillas. Hasta ahora, todo bien. Miró hacia el siguiente punto de cobertura: una pila de vigas metálicas a unos cuarenta metros. Era un tramo más largo.
"Vamos", susurró, y reanudaron la carrera-cojeo.
Estaban a mitad de camino hacia las vigas cuando un sonido nuevo cortó el aire: el agudo y distintivo zumbido de un motor de dron de bajo nivel. Provenía de arriba y a su derecha.
"¡Abajo!", gritó Elara.
Ambas se dejaron caer al suelo polvoriento y lleno de escombros. Elara intentó hacerse lo más pequeña posible, protegiendo instintivamente a Maya con su propio cuerpo, aunque sabía que ofrecería poca protección real. Levantó la vista con cautela.
Un pequeño dron de vigilancia, de diseño genérico pero eficiente, flotaba a unos veinte metros de altura, sus sensores ópticos barriendo lentamente la explanada. No parecía un modelo militar de Grado Cero, sino más bien un dron de seguridad corporativa estándar, quizás de alguna compañía que aún intentaba proteger los restos de sus activos en la zona, o incluso un dron carroñero modificado. Aun así, era una amenaza. Si las detectaba, podría alertar a otros, o incluso estar armado.
El dron se detuvo, su óptica enfocándose en su dirección general. ¿Las había visto? Elara contuvo la respiración, sintiendo el cuerpo tembloroso de Maya bajo ella.
Por un instante eterno, el dron permaneció inmóvil, observando. Luego, pareció perder interés o seguir su ruta de patrulla preprogramada, y se alejó lentamente hacia el oeste, desapareciendo detrás de los restos de un edificio alto.
Elara esperó varios segundos más antes de atreverse a moverse. "Ya pasó", susurró, ayudando a Maya a levantarse. Ambas estaban cubiertas de polvo y suciedad. "Estuvo cerca. Tenemos que ser más rápidas".
La falsa sensación de seguridad se había hecho añicos. No estaban solas. Llegaron a las vigas metálicas y se detuvieron solo lo suficiente para elegir el siguiente punto: una sección derrumbada de una pared de hormigón a unos cincuenta metros, más cerca de los edificios objetivo.
El resto del cruce fue una serie borrosa de carreras cortas y desesperadas, pausas tensas detrás de coberturas precarias y escaneos constantes del entorno. El tobillo de Elara gritaba de dolor, y podía ver que Maya estaba al borde del colapso por el agotamiento y el miedo, pero seguía adelante, impulsada por una voluntad que sorprendió a Elara.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad pero probablemente fueron solo diez minutos agonizantes, alcanzaron el borde de la explanada, refugiándose detrás de los primeros escombros grandes cerca de los edificios angulares. Estaban a menos de cincuenta metros de la estructura más cercana, la que emitía la luz azulada intermitente.
El zumbido era mucho más fuerte aquí, una vibración palpable en el aire y en el suelo. La luz azul provenía de una serie de paneles luminosos colocados a intervalos regulares a lo largo de la base del edificio, justo por encima del nivel del suelo. Y ahora, más cerca, Elara podía ver una puerta. Una puerta pesada, de metal oscuro, sin manijas visibles, empotrada en la pared lisa del edificio. No se parecía a ninguna puerta que hubiera visto antes.
Junto a la puerta, apenas visible en la penumbra, había un símbolo grabado en el metal. No era el símbolo del disco de datos. Era otro diferente, más complejo: un círculo con un árbol estilizado en su interior, cuyas raíces y ramas se extendían hasta tocar el borde del círculo.
El Árbol Cósmico. El símbolo de Sphaera Cognita.
Una oleada de emoción –esperanza, miedo, incredulidad– recorrió a Elara. Habían encontrado algo. Esto tenía que serlo. Puesto Kilo.
[SISTEMA: ¡Alerta! Detectado campo de interferencia EM localizado de alta intensidad. Fuente: Próxima. Diagnóstico del sistema temporalmente en pausa. Funciones básicas inestables.]
La notificación del Sistema parpadeó erráticamente antes de desvanecerse, confirmando la potencia del campo energético que emanaba del lugar. Su Sistema dañado apenas podía soportarlo.
Pero habían llegado. O casi. Solo quedaban unos metros, pero la puerta parecía sellada, inerte. ¿Cómo entrar? ¿Había algún mecanismo oculto? ¿Requería algún tipo de clave o activación?
Elara miró a Maya, que observaba la puerta y el símbolo con una mezcla de asombro y temor. Luego miró la puerta de nuevo, el símbolo del legado de su padre grabado en el metal frío. Estaban al borde de algo importante, podía sentirlo. Pero el último paso podría ser el más peligroso de todos.