Capítulo 76: Kaelen – El Olor del Delta

El aire cambió al cruzar la frontera invisible hacia el Sector Delta. Fue un cambio sutil al principio, pero inconfundible para los sentidos agudizados de Kaelen. El caos denso y humano del Sector Gamma, con su mezcla abrumadora de olores a comida callejera, incienso barato y multitudes sudorosas, dio paso a algo más disperso pero no menos opresivo. El Sector Delta olía a abandono a gran escala: el hedor penetrante de químicos industriales largamente derramados que nunca se limpiaron del todo, el olor metálico y acre del óxido devorando lentamente las gigantescas estructuras que dominaban el paisaje, y un aroma dulzón y nauseabundo que flotaba en ciertas áreas, un olor que hablaba de descomposición orgánica o quizás de algo peor, filtrándose desde las profundidades olvidadas de la Zona Roja que se encontraba más adelante.

Kaelen se movía como un espectro a través de este nuevo paisaje de decadencia. Siguiendo las indicaciones crípticas del mapa de Oráculo, evitaba las amplias y agrietadas avenidas donde los vehículos blindados de las corporaciones que aún operaban aquí o las bandas más poderosas del Delta rugían con impunidad. En su lugar, se deslizaba por los niveles inferiores de bloques residenciales que se alzaban como colosos muertos, con miles de ventanas oscuras que parecían ojos vacíos observándolo. Atravesaba los esqueletos de antiguas fábricas ligeras, donde la maquinaria silenciosa y oxidada yacía como los huesos de bestias extintas. Cruzaba pasarelas metálicas que crujían y se balanceaban precariamente sobre caídas de vértigo hacia niveles aún más profundos y oscuros de la ciudad.

Su Percepción P7, ahora sutilmente reforzada a nivel base (D2), era una red tensa que se extendía a su alrededor, analizando el entorno con una intensidad febril. El silencio en el Delta era diferente al ruido constante de Gamma. Era un silencio pesado, expectante, lleno de la tensión de peligros invisibles. Un silencio que era frecuentemente roto por sonidos abruptos y violentos: el eco lejano de disparos (¿disputas territoriales, seguridad corporativa haciendo una demostración de fuerza, o algo más siniestro?), el estrépito repentino de metal colapsando en algún lugar cercano, o los gritos agudos y rápidamente ahogados que sugerían que la vida en el Delta era barata y su final a menudo desagradable.

La sensación de ser observado era constante, aunque rara vez veía a otros directamente. Sabía que los habitantes de este sector –los carroñeros endurecidos, los miembros de bandas territoriales, los mutantes y marginados que se rumoreaba que acechaban en las ruinas– eran expertos en el arte de ver sin ser vistos. Se sentía como un intruso en un ecosistema hostil donde él era la presa potencial. Sus 2 PS eran un recordatorio constante y doloroso de su precariedad; no podía permitirse ni un solo error.

El hambre era un compañero constante, un dolor sordo en el estómago que la única ración restante en su mochila no podía aliviar por mucho tiempo. El agua también era una preocupación; aunque su filtro básico funcionaba, encontrar fuentes de agua relativamente limpias en este sector tóxico era un desafío en sí mismo. La misión de Oráculo no era solo una búsqueda de información, sino una carrera contra el tiempo antes de que sus propios recursos se agotaran por completo.

Fue mientras atravesaba un complejo de almacenes abandonados, moviéndose entre enormes estanterías derrumbadas y contenedores de carga abiertos y vacíos, que tuvo su primer encuentro cercano en el Delta. Un sonido metálico y rítmico delante de él lo hizo detenerse en seco, agachándose detrás de una pila de bidones oxidados. Escuchó atentamente. Eran pasos pesados, metálicos, acompañados de un leve zumbido hidráulico. No eran humanos.

Esperó, conteniendo la respiración. Unos segundos después, una figura emergió de las sombras: un dron de seguridad pesado, probablemente de origen corporativo pero modificado o reprogramado. Se movía sobre cuatro patas articuladas, su chasis blindado cubierto de arañazos y grafitis de pandillas, y un cañón automático de pequeño calibre montado bajo su sensor óptico principal, que barría el área con una luz roja intermitente. Parecía estar en una ruta de patrulla definida, ignorando los rincones más oscuros donde Kaelen estaba oculto. El encuentro fue breve; el dron pasó pesadamente y continuó su camino, desapareciendo entre las sombras. Pero sirvió como un recordatorio brutal de que las amenazas aquí no eran solo orgánicas. La tecnología olvidada o reutilizada podía ser igual de letal.

Continuó su camino, la tensión un nudo apretado en su estómago. El mapa de Oráculo lo llevó hacia el borde sur del Sector Delta, cerca de un ancho canal industrial cuya agua oscura y aceitosa reflejaba perezosamente el resplandor enfermizo del cielo de Neo-Veridia. El olor aquí era particularmente fétido, una mezcla de aguas residuales sin tratar, productos químicos industriales y la podredumbre general del abandono. Varios muelles de carga de hormigón se adentraban en el canal, la mayoría derrumbados o en muy mal estado. Era una zona desolada, el tipo de lugar donde uno esperaría encontrar cadáveres flotando o tratos clandestinos saliendo mal.

Según Oráculo, la entrada a la red de alcantarillado principal que conducía bajo la Zona Roja estaba en la base de uno de estos pilones de carga. Kaelen identificó el pilón correcto, una estructura masiva de hormigón cubierta de musgo sintético y grafitis casi ilegibles por la corrosión. En su base, medio enterrada bajo escombros y una maraña de cables gruesos y de aspecto peligroso, encontró la tapa de acceso circular de hierro fundido. Estaba cubierta por una gruesa capa de óxido rojizo y parecía sellada por el tiempo y la negligencia. Moverla sería un desafío físico considerable.

Antes de intentarlo, Kaelen dedicó varios minutos a escanear meticulosamente los alrededores con su Percepción P7. Los almacenes abandonados, los muelles rotos, las aguas oscuras del canal... todo parecía desierto. Pero el silencio aquí se sentía diferente, más pesado, como si el propio aire estuviera conteniendo la respiración. Sacó el Modificador de Señal Simple de su bolsillo. La batería usada que había encontrado le daría algo de tiempo de funcionamiento. Lo activó en el modo de "Enmascaramiento de Firma Simple", esperando que la baja emisión pasiva pudiera confundir a cualquier sensor básico que pudiera estar barriendo la zona. El dispositivo emitió un zumbido casi inaudible, una débil vibración en su mano.

Se arrodilló junto a la tapa de hierro. Enganchó la punta reforzada de su multi-herramienta en una pequeña hendidura en el borde y se preparó. Respiró hondo y tiró con toda la fuerza que pudo reunir, usando los músculos de las piernas y la espalda, su Resistencia R9 permitiéndole aplicar una presión sostenida y brutal. El metal oxidado gimió en protesta, un sonido agudo y desgarrador que pareció resonar dolorosamente en el silencio. Nada. La tapa no se movió.

Volvió a intentarlo, cambiando ligeramente el ángulo de la palanca, buscando un punto de apoyo diferente. Tiró de nuevo, un gruñido escapando de sus labios apretados. El sudor le perlaba la frente a pesar del aire relativamente fresco cerca del canal. El metal chirrió de nuevo, un sonido aún más agudo, y esta vez, sintió un minúsculo movimiento, una vibración que indicaba que el sello de óxido se estaba rompiendo.

Reunió todas sus fuerzas para un último tirón. Con un estruendo metálico que sonó como un disparo en la quietud, el sello de óxido cedió y la pesada tapa giró sobre sus goznes corroídos, abriéndose unos treinta centímetros, revelando una abertura oscura y maloliente.

El hedor que subió fue casi insoportable: una mezcla concentrada de metano, sulfuro de hidrógeno y la descomposición anaeróbica de incontables décadas de residuos urbanos. Le revolvió el estómago y le hizo retroceder instintivamente. Respiró superficialmente por la boca, tratando de aclimatarse al miasma.

Este era el umbral. La puerta de entrada a las entrañas olvidadas de Neo-Veridia, el camino hacia la Zona Roja y hacia la misión que podría darle una oportunidad de encontrar a Lena. Miró hacia la abertura oscura, luego al cielo opresivo de la ciudad. No había vuelta atrás.

Guardó la multi-herramienta, se aseguró de que el Modificador de Señal seguía activo (aunque la batería no duraría mucho más) y, con una última bocanada de aire relativamente limpio, se deslizó por el hueco. Los peldaños metálicos incrustados en la pared del pozo estaban fríos, húmedos y resbaladizos por una capa de algo viscoso. Descendió con cuidado, usando la linterna para iluminar el camino. Una vez que estuvo lo suficientemente abajo, usó todas sus fuerzas para tirar de la pesada tapa y cerrarla sobre él, sellando la abertura lo mejor posible.

La oscuridad y el hedor lo envolvieron por completo. El sonido del mundo exterior desapareció, reemplazado por el eco de su propia respiración y el goteo lejano de líquidos desconocidos. Estaba solo en las profundidades, con solo 2 PS, un Modificador de Señal moribundo y una misión casi suicida por delante. El verdadero descenso había comenzado.