Me quedé allí frente a la puerta, frotándome mi pobre oreja. Vaya que tenía un agarre fuerte. Mis manos estaban sudando y mi cuerpo aún hormigueaba por su toque. Mis pies estaban clavados al suelo, negándose a irse o podría haber sido Diácono. Su pequeña hazaña lo excitó aún más. ¡Bastardo caliente!
Aunque no lo culpaba. Su aroma era abrumador y era una lucha mantenerlo fuera. Sabía que esto iba a ser difícil pero ella me estaba volviendo loco. Quería estar cerca de ella, quería seguir tocándola, pero por supuesto Diácono lo empeoró.
—Al menos fui lo suficientemente valiente para ir tras lo que quería. No se puede decir lo mismo de ti —gruñó Diácono.
—Sí, y mira dónde nos llevó eso.
Diácono resopló y desapareció. Apoyé mi cabeza contra la puerta, cerré los ojos y respiré profundo. Su aroma me llenó como antes hasta que exhalé y me alejé. Quedarme aquí solo me hacía querer derribar esta puerta y hacer lo que quisiera con ella.