¡Shua! ¡Shua! ¡Shua!
Las flechas, chisporroteando con un aura ardiente, volaban en la oscuridad de la noche arrebatando una vida tras otra sin piedad alguna.
La enorme e intimidante manada de lobos había sido casi completamente eliminada, con docenas de cuerpos esparcidos por todas partes frente a ellos.
Los ojos de Sylvia se movían de un lado a otro, absorbiendo lentamente el olor a sangre que flotaba en el aire a su alrededor.
Pero mientras sus ojos vagaban, no pudo evitar notar algo extraño.
A unos metros a su izquierda, iluminada intermitentemente por las flechas que silbaban en el aire, había una bestia que se veía visiblemente diferente a un lobo.
¿Una cabra?
¿Qué demonios? ¿Una cabra iba a atacarlos? Sylvia parpadeó y la miró extrañada, compadeciendo al pobre animal.
Cuando los propios lobos no tenían ninguna oportunidad, ¿por qué esta cabra tonta se adelantó, atreviéndose a atacar a estos dos idiotas?
Pero entonces, algo no se sentía bien.