—Ohh... ¿Animado, no?
El corazón de Greta se hundió al escuchar esa voz familiar y chirriante. Se giró lentamente para ver al joven hombre entrando en la posada, su corpulenta figura ocupando más espacio del necesario mientras hacía su entrada.
Su rostro áspero y sin afeitar estaba partido por una amplia sonrisa que nunca llegaba a sus fríos ojos, y su andar fanfarrón iba acompañado por el sonido de pesadas botas golpeando el suelo de madera.
—Vaya, vaya, si es la encantadora Greta —dijo el joven arrastrando las palabras, su voz goteando burla mientras se acercaba a ella.
Su nombre era Radgar, y se había convertido en una espina en el costado de muchos en Costasombría desde su reciente ascenso a la guarnición del barón.
Detrás de él, un grupo de hombres de aspecto igualmente rudo lo seguía, todos ellos llevando las mismas expresiones presumidas. Eran sus compinches, compañeros soldados que se habían dedicado a explotar sus nuevos puestos con inquietante entusiasmo.