Son tuyos

Lucavion se acercó lentamente a los dos niños, cada paso cuidadoso, como si estuviera aproximándose a algo frágil.

Riken y Sena, aún respirando pesadamente, giraron sus cabezas hacia él. Sus rostros, retorcidos por la rabia y el dolor, parecían congelados en esa expresión como si hubieran olvidado cómo ser cualquier otra cosa.

Pero Lucavion no se inmutó; en cambio, se acercó más, extendiendo su mano, y la levantó suavemente para posarla sobre sus cabezas, su toque ligero, casi cauteloso.

—Lo hicieron bien —murmuró, su voz firme, tranquila—. Ahora todo está bien.

Ambos niños se estremecieron ante la inesperada suavidad de su toque, desacostumbrados a algo que no fuera la rudeza y el control de otros. La mirada de Riken se desvió, insegura, mientras Sena parpadeaba rápidamente, su respiración acelerándose. Por un momento, la habitación quedó inmóvil, los únicos sonidos eran sus respiraciones entrecortadas y el leve crepitar de las palabras tranquilizadoras de Lucavion.