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La arena estaba en silencio. La multitud, momentos antes atrapada en medio de vítores tumultuosos, ahora observaba con asombro contenido. Ninguno podía comprender lo que acababan de presenciar.
Varen, heredero de la Llama Plateada, se encontraba en el epicentro de su propio poder ardiente. Su aura ígnea se había transformado en una fuerza primordial, cruda y abrumadora, moldeada por emociones que había enterrado durante años. Las llamas en forma de dragón sobre él rugían, ya no simples construcciones de maná sino extensiones de su propio ser, salvajes y vivas. El suelo bajo sus pies estaba chamuscado y agrietado, testimonio de la presión de su poder desatado.