La posada de la Secta de la Llama Plateada, un grandioso establecimiento adecuado para tan prestigioso grupo, estaba envuelta en el silencioso murmullo de la noche. El débil crepitar de las brasas distantes y el suave murmullo de los discípulos conversando llenaban el aire. Los discípulos, exhaustos por la intensidad del torneo, se estaban acomodando en sus rutinas cuando sucedió.
Un rugido repentino.
No el rugido de una bestia o una persona, sino un retumbo profundo y gutural como si la tierra misma hubiera despertado. Fue seguido por una oleada de calor que se extendió como un incendio forestal, bañando la posada en un instante.
Las paredes temblaron, y una explosión de luz ardiente brotó de una de las habitaciones superiores, iluminando brevemente el cielo nocturno. Las llamas danzaban contra las ventanas, proyectando sombras parpadeantes a través de los pasillos. El aire se volvió denso con mana, pesado y sofocante, mientras un aura abrumadora barría la posada.