En las afueras de Yokohama, Kael contactó a un viejo llamado Raze, quien le debía la vida. Años atrás, Kael había salvado a su hija de un atentado mágico.
—Pensé que no volvería a verte —dijo Raze, con voz rasposa.
—Necesito llegar a Mongolia. Hay algo ahí que debo recuperar.
—El desierto está maldito. Magos de alto rango desaparecieron allí. Pero hay una ruta... Un convoy de cazadores de ruinas.
Raze lo ayudó a entrar al convoy. La vía más rápida era un portal prohibido, pero vigilado por el Gobierno. Kael aceptó el riesgo. Sabía que la siguiente piedra, Ruval, lo esperaba en ese desierto corrupto.
—Gracias por esto, viejo.
—Kael… no mueras. Mi hija aún reza por ti.
Kael solo asintió, sus ojos fijos en el horizonte.