Capítulo 8: Bajo el Cielo Roto del Desierto

El convoy avanzaba bajo un cielo sin estrellas. El sol había caído horas atrás, pero el calor persistente del desierto corrupto de Mongolia hacía que el aire vibrara como una llama invisible. Kael, sentado en la parte trasera de un transporte blindado, observaba en silencio los destellos violáceos que se filtraban en el horizonte, señal de la energía mágica distorsionada que impregnaba la región.

Habían pasado cuatro días desde que se encontró con Raze. El viejo cazarreliquias le había dicho:

—Ese lugar no es para cualquiera, Kael. Perdiste tu magia antes de tenerla, pero esa zona devora incluso a los poderosos. La única razón por la que te dejo ir... es por lo que hiciste por mi hija.

Kael solo asintió entonces. No necesitaba gratitud. Solo respuestas.

Ahora compartía vehículo con tres personas más:

Taro Yashida, un joven mago de apoyo, experto en sellos de vigilancia; Mina Velt, una francotiradora de energía espiritual con un brazo mecánico, de actitud sarcástica pero eficiente; y Ludwig, un hombre alto, de acento extranjero, callado, con una cruz negra tatuada en la frente.

Mina lo miró con curiosidad, mientras recargaba su rifle.

—Dicen que no tienes magia. Eso es suicidio aquí, chico.

Kael se limitó a mirar sus pistolas enfundadas.

—Tengo otras herramientas.

Taro sonrió nervioso.

—Dicen que esos revólveres tienen nombres...

—"Nocturne" y "Alba" —respondió Kael sin cambiar el tono.

En medio de la charla, el convoy se detuvo abruptamente. Una de las ruedas delanteras había sido afectada por un campo de distorsión.

—Esto no es normal… —murmuró Ludwig.

Kael descendió rápidamente. Frente a ellos, el camino se había abierto en una grieta negra, y del interior surgía una figura encapuchada.

—Es una señal —dijo Mina, apuntando—. Puede ser un emboscador o un recolector de almas.

Kael dio un paso al frente. El pasado volvió fugaz a su mente: el primer enfrentamiento, cuando encontró la Piedra de Varkel, y se cruzó con El Recolector.

Un ser de apariencia delgada, casi esquelética, vestido con un manto de cadenas. Su voz era un eco roto:

—Tú no debiste tomar la piedra... No eres digno de sostener un Vacío.

Entonces había luchado entre sombras, usando su ingenio, trampas, y las pistolas que respondían a su voluntad. No fue una victoria limpia, pero la piedra había quedado en su poder.

Ahora, otro ser como él se alzaba. No era el Recolector, pero tenía su misma aura. Algo los vigilaba desde ese desierto.

Taro comenzó a escribir un sello de exorcismo en el aire.

—Este es terreno prohibido por el gobierno... Algo más está ocurriendo aquí.

Ludwig se acercó a Kael.

—No me gusta esto. Lo que buscas está al otro lado de esa fractura, ¿verdad?

Kael asintió. El libro que había encontrado junto al esqueleto que custodiaba las pistolas lo había dicho con claridad: "La Piedra de Ruval: convierte el dolor en energía espiritual. Ubicación: Desierto Corrupto".

También hablaba de las otras piedras:

Piedra de Varkel - "Núcleo del Vacío" (ya en su poder).

Piedra de Eltaris - "Maná infinito para el alma" (reclamada).

Piedra de Nostrium - "Alteración temporal de la realidad" (reclamada).

Piedra de Ruval - "Dolor convertido en energía" (objetivo actual).

Piedra de Zarneth - "Copiar hechizos temporalmente".

Piedra de Akhator - "Vínculo de poder y memoria".

Piedra de Iskra - "El Juicio Final" (ubicación desconocida).

Kael respiró profundo. El portal se alzaba al fondo, cubierto por una tormenta de arena y energía espiritual.

—No se detengan. Tenemos que cruzar.

—¿Estás loco?— gritó Mina.

—Tal vez. Pero no vine hasta aquí para rendirme.

Kael caminó hacia el abismo, con Nocturne y Alba brillando bajo la luna sin luz.