[Flashback – Hace años, en Mongolia]
Las dunas del desierto mongol brillaban bajo la luz de un sol inclemente. Una mujer de cabellos oscuros, vestida con una túnica roja, guiaba a un hombre de expresión endurecida y mirada fría. Se llamaba Lara, y aunque parecía una simple guía del terreno, sus ojos hablaban de batallas, decisiones y cicatrices más profundas que la arena bajo sus pies.
—No es un lugar para dudar —le había dicho al hombre que caminaba a su lado.
—No dudo —contestó él con una voz áspera. Sus botas se hundían en la arena caliente mientras su silueta proyectaba una sombra imponente.
Víctor, así se hacía llamar entonces. Un sicario con una misión, una orden, y un objetivo a eliminar. Lara no sabía su pasado, pero algo en él la inquietaba, como si la muerte caminara con cada uno de sus pasos. Durante su viaje juntos, hablaron poco. Aun así, Lara observó cómo, en un momento de silencio bajo las estrellas, él miró el cielo con una expresión que no encajaba con su historia. Tristeza, tal vez. O culpa.
Años después, Lara aún recordaría esos ojos…
[Presente – A las afueras del Mercado Azul]
Lara se había presentado brevemente. Luego se despidió, dejándolos con un nombre y un presentimiento.
Kael caminaba en silencio. Su expresión parecía endurecida, pero por dentro su mente ardía: ¿Lara? ¿La misma guía de entonces? ¿Qué hace viva, qué hace aquí… y cómo pudo recordarme sin saberlo?
—Kael, ¿estás bien? —preguntó Saira al notar cómo se había quedado pensativo.
—Nada importante —respondió, seco, mirando de reojo a Kergel.
Avanzaron entre senderos ocultos en la roca, hasta que se detuvieron frente a una gran compuerta de piedra con inscripciones mágicas.
—Hemos llegado —dijo Kergel con una sonrisa nerviosa. Abrió una bolsa de cuero y sacó tres máscaras negras con runas grabadas.
—Pónganselas. Aquí nadie entra con su rostro descubierto, menos aún si alguien como ella está contigo —miró a Saira con precaución.
Kael tomó la máscara, pero antes de colocársela, entrecerró los ojos.
—¿Y por qué nos estás ayudando exactamente? ¿No que eras un cazador como ellos?
Kergel tragó saliva. —Estás loco si crees que me conviene mostrar mi rostro. Y si reconocen a la princesa aquí… ¡me matan! Estoy apostando mi vida solo por guiarlos. Estén alerta… aquí se venden desde duendes hasta híbridos de razas prohibidas. Hay gente peligrosa dentro.
Kael lo miró con intensidad.
—Si descubro que es una trampa, no dejaré ni tu alma.
El cazador palideció y apretó su máscara con manos temblorosas. Saira se la puso con decisión, como si ya conociera ese lugar y sus riesgos.
—No todos los días un no-mago entra aquí con dos pistolas legendarias y el alma en ruinas —murmuró.
Kael bajó la cabeza, colocándose la máscara. Con paso firme, atravesaron la compuerta que se abría lentamente, dejando ver el oscuro y retorcido interior del Mercado Azul.
Luces flotantes de colores violáceos iluminaban los pasillos. El olor era mezcla de especias, sangre, incienso y maná condensado. Criaturas extrañas desfilaban encadenadas, comerciantes mágicos gritaban en lenguas arcanas, y desde las sombras, miradas codiciosas los seguían.
Saira se acercó a Kael y le susurró:
—Mantente cerca… aquí no hay reglas, solo poder.
Kael asintió, sin decir palabra.
La cacería dentro del mercado apenas comenzaba.