Capítulo 19 : Túneles bajo el Pecado: El Ojo del Mercado

Las paredes del túnel eran estrechas, de piedra húmeda y grietas cargadas de energía residual. Apenas había luz, salvo por unas runas azules que pulsaban débilmente cada cierto tramo. Kael iba al frente, su silueta oscura y firme, los ojos atentos a cada rincón. Saira lo seguía en silencio, su bastón cubierto por una tela negra para evitar brillos mágicos.

—Qué lugar tan asfixiante —susurró Saira, tocando una de las paredes con disgusto—. Estas runas... son barreras de contención.

—Para evitar que los esclavos escapen por aquí —murmuró Kael sin voltear—. O para quemarlos si lo intentan.

Siguieron avanzando. Kergel les había dado instrucciones precisas: tomar el tercer cruce a la izquierda, luego subir una escalera espiral y atravesar una compuerta oculta detrás de un estante de suministros mágicos. Al llegar, Kael se detuvo y miró a Saira.

—A partir de aquí, no hables a menos que sea necesario.

Saira asintió.

Kael se inclinó, empujando una placa falsa en la pared. Se abrió con un leve clic. Al otro lado había una rejilla de ventilación vertical desde donde se podía ver parte de la cámara central.

Y la escena era grotesca.

Más de una veintena de personas estaban reunidas en un gran salón circular. Candelabros flotantes iluminaban una tarima negra donde varios "artículos" —personas encadenadas, de distintas razas— estaban de pie, temblando, algunos cubiertos apenas por telas finas. Los compradores se encontraban en asientos elevados, separados por niveles según su estatus mágico.

Saira se llevó una mano a la boca, horrorizada.

—Kael... hay niños.

Kael no dijo nada. Observaba con mirada de acero, grabando cada rostro. Reconoció a varias figuras importantes: un hechicero de túnicas doradas del Clan Saegusa, una mujer noble con cuernos —probablemente una mestiza demoníaca—, y lo peor: un sujeto con armadura blanca y negra del Escuadrón Mágico del Este. Un miembro del gobierno.

—Incluso los altos mandos están implicados —murmuró—. Bastardos.

En ese momento, una figura apareció sobre la tarima. Un hombre alto, delgado, con una máscara metálica en forma de halcón y un bastón de cristal. Su voz, amplificada mágicamente, llenó la sala.

—Damas y caballeros, iniciamos con la ronda número cuatro. Presentamos un espécimen mestizo, orco y elemental de tierra. Físicamente potente, obediente. Rango de resistencia nivel S. Puja inicial: 4 millones de cristales de maná.

Los números comenzaron a elevarse como fuego descontrolado.

Saira apretó el puño. Kael seguía en silencio, pero sus dedos ya estaban sobre las empuñaduras de sus pistolas. No planeaba actuar aún… pero cada segundo hacía que sus impulsos fueran más difíciles de contener.

Luego, una niña fue llevada a la tarima. De cabello plateado, orejas puntiagudas. Vestía un vestido ceremonial claramente forzado.

—Elfa pura. Energía mágica estable. Capacidad para invocación. Diez años. Estado virgen. Inicia en ocho millones.

Saira se volteó, lágrimas en los ojos, pero contenidas. Kael no se movió.

—Ese es el altar —murmuró él, señalando el centro del salón donde un sello flotaba sobre una estructura metálica. Allí se transfería el control.

Saira susurró entre dientes:

—¿Cuál es el plan exacto?

Kael respondió:

—Esperar a que bajen a los esclavos vendidos. Cuando se abra la compuerta, entramos por el túnel lateral. Yo tomo a los guardias de flanco. Tú lanzas el sello de contención. Liberamos a los más poderosos. Que la revuelta comience desde dentro.

Saira dudó.

—¿Y si nos descubren antes?

Kael la miró por primera vez desde que entraron.

—No nos descubrirán. No vamos a fallar.

En ese momento, una de las compuertas laterales comenzó a abrirse lentamente. Dos guardias sacaban a un esclavo inconsciente, arrastrándolo hacia la cámara de reubicación.

Kael se preparó.

—En el próximo movimiento, entraremos.

Saira tragó saliva.

—¿Estás listo para lo que venga?

Kael ajustó su máscara.

—No importa lo que venga. No hay marcha atrás.

Y así, como sombras listas para devorar la luz podrida del Mercado Azul, ambos se prepararon para encender el caos.