Capítulo 23 : Fuego en las Cadenas

Acto I: El Sendero de los Libres

Los túneles retumbaban. No era solo el caos del mercado colapsando, sino los corazones de los esclavos latiendo con esperanza por primera vez. Saira seguía al frente, con la esfera mágica brillando más fuerte a medida que descendían por una ruta secundaria marcada por Kergel.

—¡No se separen! ¡Formen filas, los más heridos al centro! —gritó ella, con su voz clara resonando en la oscuridad.

Una madre con su hijo a cuestas tropezó. Un joven híbrido orco la ayudó a levantarse.

—¿Cuánto más falta?

—Casi llegamos —respondió Saira, aunque ni ella estaba segura. Su pecho ardía por la cantidad de energía espiritual que estaba usando para protegerlos.

Uno de los prisioneros, un anciano con un ojo vendado, habló con voz ronca:

—¿Por qué lo haces, chica? Esto no es tu lucha.

Saira se detuvo un segundo. Sus ojos brillaron con una mezcla de fuerza y tristeza.

—Porque la vida me dio un poder… y ya me cansé de verlo usado para el mal. Si tengo que morir, prefiero hacerlo sabiendo que liberé aunque sea un alma.

Los esclavos enmudecieron. En ese silencio sagrado, las palabras de una chica de corazón noble hicieron temblar sus grilletes rotos.

De repente, un estallido sacudió el techo. Polvo y escombros cayeron.

—¡Mierda! —gritó un joven— ¡¡Nos están siguiendo!!

—¡No son ellos! —respondió Saira, apuntando con la esfera hacia arriba. Lo que vieron fue un tentáculo de sombra y energía mágica trepando hacia la superficie, como si el mercado mismo estuviera vivo.

—Kael… por favor, sigue con vida…

Acto II: Sin Magia, Sin Misericordia

En el corazón del caos, Kael se encontraba cara a cara con el Amo del Mercado Azul. Un hombre vestido con túnicas negras, tatuajes flotantes girando sobre su piel. Su bastón, una lanza de ébano con símbolos de esclavitud antigua, vibraba con magia oscura.

—Un mocoso sin linaje… sin magia… ¿y aún así osas desafiarme?

Kael giró una de sus pistolas, observando las cámaras de energía cargándose gracias a su vínculo con la piedra Varkel.

—No soy mocoso. Soy la condena de este lugar.

El hombre sonrió, mostrando colmillos afilados como un vampiro.

—Has matado a mis compradores. Liberado mis productos. Alterado el equilibrio de siglos.

—Sí —respondió Kael, alzando su mirada—. Y voy por ti.

El aire se quebró. El maestro lanzó una barrera de oscuridad que chocó con una de las balas de Kael. El disparo no solo rompió el escudo, sino que lo empujó hacia atrás, rasgando parte de su túnica.

—¡¿Qué clase de arma es esa?! —gruñó el mago.

—Una que no entiende de jerarquías mágicas.

Kael corrió hacia él, girando sus pistolas en un baile mortal. Disparos rápidos, cambiando el ángulo a cada paso. El mago bloqueaba con hechizos, pero cada conjuro que usaba debilitaba su escudo rúnico central.

—¡Imposible! ¡Tienes magia dentro de esas armas!

—No —dijo Kael, apareciendo justo a su lado con una velocidad brutal—. Tengo voluntad.

Le disparó en la pierna, luego en el hombro. El Amo cayó, maldiciendo entre dientes.

—¡Yo soy eterno! ¡Los clanes mágicos me temen!

Kael apuntó a su cabeza.

—Yo no soy un clan.

Bang.

El Amo cayó. Silencio.

Kael respiró hondo, el humo de su arma desvaneciéndose. Se giró hacia las paredes agrietadas, donde la criatura mágica aún destrozaba lo que quedaba.

—Tu parte del trato está cumplida, monstruo —susurró—. Toma tu venganza.

Entonces presionó un botón rúnico en su cinturón.

—Saira, ¿llegaste?

Estática.

—...sí, los tengo a salvo. Estamos afuera, pero hay guardias acercándose.

—Llévalos al punto seguro. Yo me ocuparé de la limpieza final.

El techo comenzó a colapsar. Kael miró a su alrededor. Los gritos cesaron. Las cadenas, al fin, habían sido rotas.

Con una última mirada, encendió una bengala rúnica y dejó caer una granada espiritual en el corazón del mercado.

BOOM.

Desde el exterior, una columna de fuego azul emergió del suelo, sacudiendo la tierra.

Saira miró hacia atrás, los ojos húmedos.

—Kael…

Una mano emergió del polvo minutos después. El cuerpo de Kael, cubierto en ceniza y sangre, salió caminando con pasos firmes.

—Te dije que lo tenía calculado.