Capítulo 26 :Ecos del Desierto y Sombras del Clan

Las dunas ardían bajo la luz sin misericordia de tres soles. El Desierto Corrupto no era un simple lugar: era una cicatriz en el mundo. Una zona donde la magia había sido retorcida, absorbida y escupida con odio.

Kael caminaba al frente del grupo, la bufanda levantada hasta cubrir la boca, sus ojos grises fijos en el horizonte vibrante. A su lado, Kergel resoplaba con cada paso, cubierto de sudor.

—Nunca he visto una tierra tan viva y tan muerta a la vez —murmuró Kergel, tocando la arena negra que chispeaba con motas de maná rojo.

—Eso es porque esto no es tierra. Es una herida.

Detrás de ellos, el viento ululó con voz de criatura. El tiempo mismo parecía retorcerse, lento e irregular.

Kael levantó la vista. Muy a lo lejos, en el horizonte, como un espejismo firme, se alzaba la silueta del cráter Tuvarak.

—Esa es la entrada —dijo—. La Piedra Ruval debe estar dentro. Y también algo más. Lo siento en los huesos.

Mientras tanto, en un lugar muy distinto, los corredores fríos del castillo del Clan Araragi resonaban con pasos solemnes. Las antorchas encantadas lanzaban sombras azules que bailaban como serpientes sobre los tapices de linaje.

En el salón del trono, Cedric Araragi se mantenía erguido sobre un asiento hecho de obsidiana viva. Su largo abrigo negro flotaba detrás como un manto de autoridad y desprecio.

A su lado, un hombre de rostro enjuto y barba trenzada se inclinó con respeto.

—Su Majestad Cedric… los rumores se esparcen como fuego entre pergaminos secos. Se dice que el Mercado Azul ha sido… destruido. Y que el responsable… es su medio hermano. Kael.

El rostro de Cedric se endureció, sin sorpresa. Solo desprecio.

—Ese perro nunca debió haber nacido en la familia Araragi —gruñó, apoyando un dedo largo sobre el brazo del trono—. Y aun así, no se cansa de manchar nuestro nombre. Desde el principio lo supe. Tenía esa mirada…

Sus palabras se deshicieron en el aire mientras su mente lo arrastraba a un recuerdo.

[Flashback — Hace 8 años]

Cedric tenía apenas doce años cuando su padre, el entonces duque, ordenó un entrenamiento especial. Su medio hermano, Kael, de nueve años, acababa de regresar de la escuela pública, vestido con uniforme raído y una libreta en la mano.

—Hoy quiero que ambos se enfrenten —dijo el duque sin emoción—. Una prueba de reflejos, sin magia.

Cedric lo consideró una pérdida de tiempo. Él era un prodigio de la familia. El heredero natural. Y Kael, ese error sin magia, no era más que una carga.

Pero cuando el duelo comenzó… algo cambió.

Kael se movió con precisión. Con frialdad. Cada paso suyo era una respuesta automática. Sus golpes, veloces y exactos. En menos de treinta segundos, Cedric estaba contra el suelo, con el brazo torcido y sangre en la boca.

La mirada de Kael era vacía. Sin rabia. Sin arrogancia. Solo... neutral.

Fue entonces cuando Cedric lo odió por primera vez.

De regreso al presente, Cedric apretó los puños.

—Jamás perdonaré esa humillación. ¡Jamás! —espetó, poniéndose de pie—. Haré que pague. Cada segundo de vida que respire será una provocación para mí.

El consejero asintió lentamente.

—¿Desea que lo localicemos?

Cedric respiró hondo.

—Aún no. Quiero que cada rincón del continente sienta su nombre como una maldición. Manténme informado. Ya pensaré en algo… algo que le duela más que la muerte.

Mientras tanto, en el cráter Tuvarak…

El aire era pesado, denso como el agua. Kael descendía por la grieta profunda, sus botas resbalando sobre piedra negra. A cada paso, escuchaba ecos lejanos… no de voces, sino de pensamientos.

—Este lugar no es natural —dijo Kergel, nervioso—. Algo nos observa.

Kael se detuvo. Su mirada se clavó en el fondo del cráter, donde una enorme cámara circular comenzaba a revelarse. Piedras flotaban en el aire, girando lentamente.

Y en el centro…

Un altar. Con un resplandor carmesí. Como un corazón latiendo.

Kael sonrió.

—Ruval…

Pero cuando dio un paso adelante, una sombra surgió del vacío. Un ser sin forma definida, hecho de dolor cristalizado y fuego de maná. El guardián de la piedra.

Kael se giró hacia Kergel.

—Retrocede.

—¿Estás loco?

—Este combate… lo necesito solo.

Kael avanzó, desenvainando ambas pistolas.

—Vamos a ver si tu dolor… puede contra el mío.