Las paredes del cráter Tuvarak palpitaban. Ecos arcanos recorrían el aire como un lamento perpetuo. Frente al altar flotaba la criatura. Una masa de oscuridad incandescente, envuelta en placas brillantes de maná corrompido.
Kael se adelantó, el calor le azotaba el rostro. Las piedras rúnicas de su cuerpo vibraban como si intentaran advertirle.
—Tú eres el guardián, ¿eh? —murmuró, activando una de sus pistolas legendarias—. Me preguntó qué tanto dolor puedes soportar tú.
La criatura rugió. Un sonido gutural, roto, lleno de sufrimiento. Como si gritara desde siglos de prisión.
Y entonces se lanzó.
Kael rodó hacia un costado, disparando. Las balas atravesaron el aire, dejando una estela de fuego espiritual. La criatura no sangraba. Absorbía el daño… y respondía con ráfagas de energía brutal.
Kael bloqueó una de ellas con un giro de su pistola. El impacto lo arrojó contra la pared del cráter.
—¡Maldito...! —tosió, levantándose—. No eres solo un guardián… eres un recuerdo con cuerpo.
Y entonces… los suyos comenzaron a regresar.
[Flashback — Años atrás]
Salones inmensos, alfombras escarlata, retratos con ojos que lo juzgaban. El joven Kael, de apenas ocho años, sostenía un libro de etiqueta con manos temblorosas.
—La cuchara de sopa se toma en línea recta, no en curva —gruñía la institutriz—. ¡De nuevo!
Horas eternas repitiendo gestos vacíos. Nunca nadie le habló del mundo. Ni de lo que había más allá del castillo.
En los pasillos, los otros nobles lo miraban de reojo. Susurros. Risas contenidas.
—Ese es el que no tiene magia.
—Dicen que es hijo de una criada. Seguro es por eso.
Kael apretaba los puños. Pero no lloraba. Solo tragaba el veneno… y lo almacenaba.
La criatura golpeó de nuevo. Una esfera de maná puro se estrelló cerca. Kael esquivó de milagro. Su abrigo se desgarró. Su brazo sangraba.
Pero su mirada era firme.
—Sigo aquí. Vas a tener que hacer más que eso para quebrarme.
[Otro recuerdo]
Tenía doce años. Ya no era un niño. Pero su padre lo seguía mirando como un error.
—Kael. Acompáñame al salón principal.
Él obedeció, silencioso.
Allí, frente a varios miembros del clan, su padre habló con voz gélida:
—Hoy será el día en que esta casa se libere del peso inútil que cargas. No eres fuerte. No eres capaz. No tienes magia. No eres Araragi.
Kael alzó la mirada. No había rencor. Solo verdad.
—Te habías tardado demasiado.
El duque, iracundo, se giró y lo abofeteó con toda su fuerza. El sonido del golpe resonó por todo el salón.
Kael no cayó. No dijo nada. Solo lo miró directamente a los ojos, sin rabia… sin miedo.
Y dio media vuelta.
—Kael... —murmuró el duque con un dejo de inquietud—. Monstruo...
De vuelta al presente, Kael se puso de pie en medio del campo arrasado. El guardián volvió a embestir, abriendo la tierra en grietas.
—Gracias —susurró Kael, sus ojos grises ahora cargados de resolución—. Me diste justo lo que necesitaba.
Activó una de las piedras rúnicas. La Piedra de Nostrium brilló en su pecho. La realidad se distorsionó durante unos segundos.
Kael se duplicó. Y luego se teletransportó brevemente justo detrás del guardián.
—Toma todo mi dolor. Devuélvelo al abismo.
¡BANG!
¡BANG!
Dos disparos directos. El corazón de maná del guardián estalló. La criatura rugió… y luego se disolvió en una lluvia de cristales.
Silencio.
Kael caminó hacia el altar. La Piedra Ruval flotaba en medio de runas negras. Un cristal de color sangre, envuelto en cadenas espectrales.
Kael extendió la mano…
Y las cadenas se quebraron solas.
La piedra se fundió en su pecho, ardiendo como fuego puro. En su mente, una voz susurró:
"Convierte el dolor en poder. Convierte la herida… en un arma."
Kael cerró los ojos.
—Así lo haré.