El último sello se desvaneció en el aire como humo. Kael dejó escapar un suspiro mientras sus dedos aún ardían por el constante contacto mágico. A su alrededor, los rostros que alguna vez mostraban miedo y desesperanza ahora brillaban con una chispa tenue de esperanza.
Saira caminó entre ellos, guiando a los más jóvenes hacia las rutas seguras. Cada uno tomaba su camino, despidiéndose con gratitud.
Kael no sonreía.
Solo observaba en silencio, sabiendo que esa era la única forma de devolverles algo que él mismo nunca tuvo: libertad.
A lo lejos, Kergel observaba con los brazos cruzados. Su semblante siempre frío hoy parecía… contenido. Como si algo se desmoronara por dentro.
Un sonido metálico lo alertó.
—¿Escuchas eso? —preguntó Saira, alzando la vista hacia la carretera de tierra.
Un convoy oficial avanzaba en formación cerrada. Estandartes del gobierno, escudos encantados. Casi una decena de soldados armados descendieron de inmediato.
El que lideraba al grupo dio un paso al frente.
—Kael de la ex familia Araragi, quedas arrestado por violar las leyes del portal prohibido de tránsito y por alterar el equilibrio mágico en zona restringida. Te llevaremos bajo custodia al Palacio del Duque de Mongolia.
Kael ni siquiera se sobresaltó.
—Era cuestión de tiempo… —susurró.
Saira giró hacia él, impactada.
—Kael… ¿Por qué no me dijiste que eras un noble?
—Te equivocas —respondió sin mirarla—. Ya no lo soy. Fui exiliado… como basura.
De pronto, el viento cambió.
Kergel dio un paso al frente, sacando una insignia oculta de su cinturón. Una marca dorada del ducado.
—Yo los avisé —dijo con calma.
Kael se giró lentamente.
—¿Tú…?
—Nunca fui un mercader de esclavos. Trabajo directamente para el Duque de Mongolia. Era mi deber vigilarte y reportar tus movimientos. Esto fue parte del plan.
Saira retrocedió, confundida. Titubeó.
—¿Qué… estás diciendo? ¿Trabajas… para mi padre?
En ese instante, otro carruaje se abrió. De él descendió un joven alto, de cabello oscuro, traje militar y una expresión severa. Los ojos de Saira se abrieron de par en par.
—¡Hermano! ¿Qué haces aquí?
—Saira. —Su tono fue tajante.— Tú también vienes con nosotros. El palacio te espera. No puedes seguir vagando con alguien que ha sido marcado como criminal.
Soldados se acercaron a Kael. Él no opuso resistencia.
—Llévenlo a los calabozos del palacio —ordenó el joven con autoridad.
Kael levantó las manos.
Sus armas legendarias se ocultaron en su cuerpo, absorbidas por la magia de su vínculo rúnico. Los soldados no notaron nada.
Saira lo observó, temblando.
—¿Por qué no luchas?
Kael solo la miró. Una sombra cruzó sus ojos grises.
—Porque esto… no es el final.
Al mismo tiempo… en una colina cercana
El espía con la capa negra aún observaba. La serpiente tatuada se retorcía lentamente sobre su cuello.
—Así que lo atraparon. Qué predecible… —dijo con voz burlona.
Una figura femenina, oculta tras una máscara, se le unió.
—¿Lo ayudaremos?
—Aún no —respondió con una sonrisa torcida—. Quiero ver cómo se hunde un poco más. Y cuando esté en el abismo…
Sus ojos brillaron con tono rojizo.
—…entonces sabrá quién es su verdadero enemigo.