Capítulo 31 : El Juicio del Duque

El eco de los pasos resonaba por los pasillos del Palacio de Mongolia. Los sirvientes se apresuraban a colocarse de rodillas mientras un hombre de imponente presencia entraba al salón principal.

Vestía túnicas negras bordadas en hilos dorados, y una corona menor reposaba sobre su cabeza como señal de su posición como Duque de Mongolia. Sus ojos eran como cuchillas que juzgaban con una sola mirada.

Saira, de pie frente al trono, alzó la vista con rabia contenida.

—Ya terminó tu tiempo de juegos, hija —dijo el duque, su voz resonante como un martillo—. No puedes andar por ahí. Este castillo es tu hogar.

Saira apretó los puños, sus ojos temblando.

—Te equivocas, padre. Yo… yo no quiero esto. No quiero formar parte de una estructura que justifica la esclavitud. ¡Kael no hizo nada malo!

Las palabras golpearon como truenos en la sala. Los nobles presentes murmuraron con incomodidad. Los guardias intercambiaban miradas tensas.

—¡Él salvó a personas! —continuó Saira—. ¡Los lideró hacia la libertad! ¡Y lo tratan como a un criminal!

El duque la observó en silencio. Luego suspiró, y con un movimiento de su mano ordenó:

—Guardias. Traigan al fugitivo. Quiero verlo.

—De inmediato, su majestad —dijeron los soldados, inclinándose antes de partir.

Cárcel subterránea – minutos después

Kael estaba de pie, con el torso descubierto, el sudor resbalando por sus músculos marcados y firmes. Aun encerrado, no dejaba de entrenar. Cada flexión, cada movimiento, era parte de su rutina mental y física.

Uno de los guardias lo observó, claramente sorprendido.

—No es común ver a alguien así de joven con ese físico. Parece un soldado de guerra.

—O un demonio curtido por el tiempo —agregó otro, murmurando.

La celda se abrió.

—Kael Araragi… o como sea que te hagas llamar ahora. Su Majestad desea verte.

Kael no respondió. Se puso su chaqueta sin cerrar y caminó tras ellos con calma. Los grilletes mágicos aún colgaban de sus muñecas, aunque era evidente que no necesitaba las manos para ser peligroso.

Sala del trono – minutos después

Todos estaban de pie cuando Kael entró, flanqueado por los guardias. El Duque lo observó desde el trono central. A su derecha, el hermano de Saira miraba con desdén. A su izquierda, nobles y figuras del gobierno mantenían rostros tensos.

Kergel, oculto entre los asistentes, desviaba la mirada, frío pero expectante.

—Así que tú eres el chico de los rumores —dijo el duque—. Un ex noble caído en desgracia, escupido por su familia… y sin embargo, salvando esclavos de distintas razas y naciones.

Kael levantó la vista. Su mirada era la de alguien que había vivido cien batallas.

—No fue un acto heroico. Solo hice lo que era correcto. Esos esclavos merecían la libertad tanto como cualquier noble aquí presente.

El silencio fue absoluto. Algunos nobles murmuraron, otros fruncieron el ceño.

El duque se inclinó levemente hacia adelante.

—Tu mirada… no es la de un joven. Hay demasiada historia en tus ojos. Demasiada muerte.

Kael asintió levemente.

—He vivido más de lo que aparento. He perdido más de lo que puedo decir.

El duque se quedó en silencio por unos segundos. Luego, inesperadamente, se levantó.

—Te libero de tu celda, Kael Araragi.

—¡¿Qué?! —exclamó el hermano de Saira, dando un paso adelante—. ¡Padre, eso es una locura! ¡Este sujeto rompió una de las reglas más letales! ¡Usó un portal prohibido sin autorización del gobierno!

El duque levantó la mano para silenciarlo.

—Lo sé. Pero también hizo algo único. Liberó personas cuya libertad había sido robada.

La sala estalló en murmullos. Algunos se escandalizaban, otros simplemente se retiraban del salón, incómodos.

Kergel levantó ligeramente la cabeza, observando a Kael con ojos fríos. Pero por dentro, un extraño temblor lo recorría.

Saira, a unos pasos del trono, se llevó una mano al pecho. No podía disimular la emoción.

Kael se inclinó un poco ante el duque.

—Gracias por escucharme.

El duque respondió con una voz profunda:

—No confíes. Observa. Este mundo no cambia por palabras bonitas. Tu libertad será breve… si te equivocas otra vez.

Kael asintió. A su lado, Saira se acercó.

—Kael…

—Vamos, aún queda trabajo que hacer —respondió él, con una nueva calma en la voz.