En las ruinas mágicas del antiguo Museo Imperial de Kioto, ahora cubiertas por las sombras de la noche, Kael y Rin habían encontrado refugio temporal. El combate por la Piedra de Zarneth había terminado, pero la tensión apenas comenzaba.
Frente a una fogata improvisada, Rin rompió el silencio con voz firme:
—Mi nombre completo es Rin Velmaria… y no soy simplemente una fugitiva —dijo, mientras bajaba la capucha de su abrigo y dejaba ver una cicatriz marcada con runas antiguas en su cuello—. Fui parte del escuadrón mágico imperial. Una sirviente directa del consejo supremo… hasta que descubrí lo que hacían.
Kael, aún en su estado de calma tensa, la escuchaba en silencio.
—Experimentaban con niños sin magia. Les llamaban "vasos vacíos". Usaban sus cuerpos para probar conjuros nuevos, implantes mágicos… y si no sobrevivían, no importaba. Mi hermano fue uno de ellos. Murió en una de esas pruebas —continuó con los dientes apretados—. Por eso estoy contra el gobierno. Por eso estoy contigo.
Kael asintió, sin necesidad de palabras. Miró sus propias manos, sintiendo aún el latido de la Piedra de Zarneth dentro de su cuerpo. Su aura fluctuaba, como si su espíritu intentara adaptarse a una nueva expansión.
—Absorción temporal de hechizos… y algo más.
Una voz resonó dentro de su mente. Grave, directa, como una inscripción grabada en su alma:
"Los hechizos absorbidos serán almacenados temporalmente. Pueden ser utilizados durante 180 segundos antes de disiparse."
Kael esbozó una sonrisa. Las posibilidades empezaban a abrirse como puertas selladas.
—Perfecto… —murmuró, mientras observaba sus pistolas—. Balas con hechizos… cada una única. Una de parálisis. Una de escudo. Otra de destrucción. Esto es más que poder… es adaptación.
—¿Estás pensando en fabricar proyectiles mágicos? —preguntó Rin, arqueando una ceja.
—Exactamente. Diferentes clases. Balas de memoria mágica —respondió Kael—. Ahora tengo más que pólvora… tengo conocimiento.
Fue entonces cuando el aire se rasgó violentamente.
Una grieta oscura se abrió entre las sombras de los corredores destruidos del museo. De ella emergió Laziel, el mago oscuro, con una sonrisa ladina y su túnica agitándose como si flotara en un vacío.
—Qué tontería, señorita Velmaria —dijo con sarcasmo—. ¿Hechizos de teletransportación? Tan comunes hoy en día que aburren.
Sus ojos brillaron intensamente con una runa roja.
—Mi hechizo de rastreo ocular me permite mucho más. Si te veo, puedo transportarme exactamente donde estás mirando. ¿Ves? No necesito portales ni encantamientos verbales. Yo aparezco donde deseo.
Kael se incorporó lentamente, girando el tambor de una de sus pistolas. Runas brillaban en su interior, los hechizos absorbidos listos para usarse.
—¿Segunda ronda, Laziel?
—Con gusto, chico sin magia… aunque parece que ya no lo eres tanto.
—Eso ya lo veremos.
El aire tembló. Rin retrocedió con cautela. Laziel avanzaba con confianza. Kael apuntó, y en el cargador ya descansaban balas con nuevos significados: velocidad, fuerza, magia.
Y esta vez, él no iba a perder.