El sonido de un disparo rompió el silencio.
Un haz de luz espiritual azul salió disparado desde el cañón de la pistola de Kael, directo hacia Laziel, quien esquivó con un parpadeo veloz, apareciendo justo donde Rin había estado mirando.
—¿Crees que balas con hechizos serán suficientes para vencerme? —escupió Laziel, apareciendo detrás de Kael con una daga espectral—. ¡Tu magia robada es solo un eco!
Kael se giró justo a tiempo, bloqueando el golpe con el lateral reforzado de su pistola. La runa brilló. Una explosión de fuerza lo empujó hacia atrás… pero no cayó. Su expresión no era de desesperación. Era de concentración.
Dentro de su mente, una nueva inscripción ardía como fuego sobre piedra:
"Los hechizos absorbidos permanecerán registrados de forma permanente. Aunque solo puedan activarse durante 180 segundos por uso, su archivo es infinito. Requiere sincronización con las Piedras del Vacío."
Cinco piedras. Cinco núcleos.
Varkel, Eltaris, Nostrium, Ruval, Zarneth.
Cada una en constante resonancia dentro de su cuerpo.
Una de ellas le otorgaba maná infinito temporal. Otra, realidad distorsionada. Otra, dolor convertido en energía. Otra, el núcleo de los Vacíos. Y ahora, la de Zarneth… copia y uso de hechizos.
Kael sonrió.
—No necesitas comprenderlo, Laziel. Solo sufrirlo.
Giró su arma. Disparo.
Una bala de parálisis.
Laziel se detuvo un segundo en el aire. Tiempo suficiente para que Kael dispare una segunda bala: fragmentación mental, un hechizo absorbido minutos antes de un enemigo derrotado.
Laziel rugió.
—¡¡TÚ…!!
Pero Kael ya no era solo un chico sin magia.
Era un arsenal viviente.
Las pistolas giraron.
Bala de escudo, que lo envolvió en una barrera espiritual negra.
Bala de absorción, lanzada al piso, tragó uno de los hechizos de Laziel y lo devolvió con una explosión invertida.
Cada disparo tenía un contador: 180 segundos, pero su base de datos mágica seguía creciendo. Hechizos de ataque, defensa, velocidad, contención, anulación. Y todos registrados para siempre.
Rin desde lejos observaba.
—Él… ya no es el mismo. Algo dentro de Kael cambió.
Laziel retrocedía. Sus portales se rompían antes de abrirse del todo. Sus ojos no lograban seguir la velocidad del joven pistolero. Cada bala era impredecible. Cada efecto, diferente.
Kael activó una última runa.
Un campo de realidad fluctuante —Nostrium en acción—.
Por tres segundos, alteró el espacio frente a Laziel y apareció detrás de él.
—Final.
Disparo doble.
Uno al corazón, otro a la mente.
Ambas balas marcadas con hechizos de anulación y bloqueo temporal.
Laziel cayó de rodillas. Jadeaba.
—¿Qué eres…?
Kael se acercó, mirando el horizonte de Kioto, ahora envuelto por nubes cargadas de energía espiritual.
—No soy un mago.
No soy un noble.
Solo soy Kael… y esto es solo el inicio.