El campo quedó en silencio tras la caída de Laziel. El cuerpo inconsciente del mago fue sellado en un círculo de contención espiritual improvisado por Rin. Kael, con calma, guardó sus pistolas.
Una sonrisa leve se dibujó en su rostro.
—Así que… un nuevo hechizo —dijo, mirando sus manos—.
Magia de teletransportación ocular. Me permite ir exactamente a donde el oponente mira. Bastante útil, aunque agotadora.
Rin, sentada en una roca cercana, asintió.
—Estás empezando a dominar algo que ninguna academia enseñaría. Ese estilo de combate no es magia… es instinto mezclado con estrategia. ¿Te das cuenta?
Kael se estiró el cuello, como si soltara la tensión.
—Lo importante es que todos los hechizos que copie… ahora quedan registrados para siempre. Aunque su activación esté limitada a 180 segundos, ya no necesito absorberlos de nuevo.
Esto… esto cambia todo.
Una pequeña pausa, y Rin preguntó con voz baja:
—¿Cuál será el siguiente paso?
Kael miró el cielo.
—La Piedra de Akhator. Pero antes, debemos prepararnos. Porque si Laziel fue el primero… los otros no tardarán en aparecer.
Y no se equivocaba.
En el Castillo Araragi, los rumores corrían como fuego entre pasillos.
La derrota de Laziel a manos de Kael llegó como un cuchillo al corazón del duque Cedric Araragi.
El sonido de una explosión retumbó.
Una mesa fue partida por la mitad de un solo golpe.
—¡¡¡Quiero entender una sola cosa!!! —rugió Cedric con los ojos inyectados en furia—.
¡¿Por qué una maldita rata sin magia pudo derrotar a uno del Escuadrón Vorpek?!
Dos figuras encapuchadas se arrodillaron frente a él. Los otros dos magos de elite. Uno con vendas cubriendo su rostro y el otro con una capa teñida en símbolos de sangre seca.
—Seguramente Laziel se confió —dijo el primero, con voz rasposa—. Ese individuo… Kael… probablemente usó trampas. Tiene reputación de usar hechizos de absorción y tácticas sucias, según los informes.
—Conociéndolo por lo poco que hemos visto —añadió el segundo—, debe haber preparado todo antes de enfrentarlo. No lo subestimaremos, mi señor.
Cedric se inclinó hacia ellos, su voz ya no un rugido, sino veneno contenido.
—Vayan.
No regresen sin su cabeza.
Y si fallan… sus cadáveres colgarán en los muros al amanecer.
Ambos magos desaparecieron sin decir una palabra más.
En lo profundo del castillo, la guerra silenciosa ya había comenzado.