La noche había caído sobre Kioto, bañando las ruinas del templo donde Kael y Rin se refugiaban con un silencio casi sobrenatural. El viento soplaba entre los árboles, arrastrando hojas y fragmentos de energía mágica aún flotando en el aire tras el combate contra Laziel.
Rin se sentó cerca del fuego que habían improvisado. Kael, en cambio, estaba afinando el mecanismo de sus pistolas, insertando pequeñas cápsulas espirituales. Su rostro reflejaba concentración.
—¿Balas nuevas? —preguntó Rin, alzando una ceja.
—Sí —respondió Kael sin levantar la vista—. Usando los hechizos que copié. Una para sellos, otra con presión espiritual explosiva, y una de rastreo. Las llamaré "Orbes Temporales". Durarán solo 180 segundos... pero eso es más que suficiente.
Rin lo observó en silencio, luego suspiró.
—Eres raro. No tienes magia, pero haces cosas que incluso los grandes magos no pensarían. Me sorprendes.
Kael sonrió de lado.
—Tú también me sorprendes. No solo por tu fuerza... ¿Sabes?, desde que te conocí sentí que había algo más. Y lo confirmé hoy… durante la pelea.
Rin bajó la mirada.
—Sí… supongo que ya no puedo ocultarlo. —Suspiró, y agregó con un tono neutral—. Soy híbrida. Mitad humana, mitad demonio espiritual. Tengo 260 años... aunque mi apariencia, gracias a mi herencia, equivale a unos 18.
Kael dejó de ajustar su arma y se quedó mirándola en silencio unos segundos. Luego simplemente dijo:
—Eso explica mucho. También por qué entiendes tanto de este mundo y por qué no encajas del todo en él.
—Supongo que eso nos hace similares —dijo Rin con una leve sonrisa.
De repente, una sensación de presión espiritual recorrió el lugar. Kael se puso de pie al instante, y Rin también se tensó.
—¿Lo sientes? —murmuró ella.
—Sí. Vienen hacia aquí… no uno, sino dos. Y son fuertes.
Desde las sombras del bosque, los dos magos del Escuadrón Vorpek comenzaban a acercarse, sus figuras encapuchadas emergiendo entre la niebla. Uno más alto, cubierto de vendas con marcas brillantes; la otra, una figura femenina de rostro oculto, con un bastón grabado con maldiciones antiguas.
Kael alzó su pistola.
—Están aquí.
Pero no eran los únicos observadores.
Desde una colina lejana, dos figuras más los observaban en completo silencio. Una femenina, de cabello oscuro y ojos dorados; el otro, con un símbolo sellado en su pecho. Aquellos que habían seguido a Kael desde Mongolia, camuflados entre las sombras, ahora eran testigos de lo que estaba por venir.
—¿Crees que sobreviva otra pelea? —preguntó la mujer.
—Él ha sobrevivido a peores —respondió el otro—. Pero si cae… ahí entraremos nosotros.
Rin, junto a Kael, alzó la vista por un instante, como si sintiera una mirada atravesar su alma.
—No estamos solos —murmuró.
—Lo sé —respondió Kael mientras cargaba las balas con los hechizos—. Pero ya es tarde para huir.
La batalla de la noche… estaba a punto de comenzar.