La mañana era densa, cargada de bruma. Kael ajustaba su abrigo oscuro mientras Rin revisaba los sellos del nuevo portal. Habían caminado por horas entre terrenos olvidados, cruzando áreas mágicamente selladas para evitar ser detectados. El destino: el Distrito Kurai, una zona olvidada de Japón donde incluso el gobierno evitaba intervenir.
Allí operaba la Iglesia del Silencio, el grupo fanático que protegía la Piedra de Akhator como un artefacto sagrado.
—No me gusta este tipo de fe —murmuró Kael mientras observaba el sello corrupto del portal.
—Porque tú ya la perdiste hace tiempo —respondió Rin sin mirarlo.
Kael sonrió.
—¿Y tú aún crees en algo, Rin?
—Creo que esta vida me debe una verdad. Eso me basta.
—Buena respuesta.
Rin activó el portal con una runa de energía invertida.
—Este sello no fue diseñado para almas híbridas ni humanas. Nos va a doler cruzarlo.
—He pasado por cosas peores.
Ambos atravesaron el vórtice en espiral. El aire se comprimió en sus pulmones, y sus huesos temblaron como si los hubieran lanzado a través de una tormenta. Al salir, el mundo cambió completamente.
El Distrito Kurai parecía una ciudad detenida en el tiempo. Edificios altos cubiertos de plantas oscuras, calles desiertas, humo púrpura flotando por el aire. Y en lo alto, una catedral negra con un símbolo que parecía un ojo con lágrimas de sangre.
—Ahí está la iglesia —dijo Rin, mientras su expresión se endurecía—. Según las leyendas, los miembros entregan sus recuerdos a un solo "Padre Silente". Por eso no pueden traicionar sus secretos.
—Entonces necesito obligarlos a recordar. —Kael activó su ojo rúnico por un segundo—. Y si no pueden... haré que hablen igual.
Avanzaron con cautela. Entre los callejones, figuras encapuchadas vigilaban desde las sombras. Los seguidores de la iglesia no usaban palabras, solo miradas. Kael notó que sus pupilas brillaban con una extraña runa circular.
—Los fieles no hablan. Es su voto.
—¿Ni siquiera para morir? —preguntó Kael, alzando una de sus pistolas.
—Ni para rogar.
Caminaron hacia la entrada principal. Rin se detuvo un momento.
—Kael… antes de entrar, quiero decirte algo.
—¿Qué pasa?
—Si las cosas salen mal… y me obligan a vincularme con la piedra, quiero que sepas que…
Kael la interrumpió sin palabras, poniendo una mano sobre su cabeza.
—No me importa si eres híbrida, si tienes dos siglos o dos días. Me importa que estés viva ahora, conmigo. No dejes que el pasado decida lo que aún no hemos hecho.
Rin lo miró en silencio, con un leve rubor que se disolvió rápido.
—Entonces entra primero, pistolero sin magia. Yo te cubro.
La puerta se abrió sola.
Dentro, los muros estaban cubiertos de escrituras sagradas. En el centro, una figura alta con túnica blanca y máscara de oro esperaba sobre un trono de piedra.
—Bienvenidos al eco del silencio, portadores del pecado. La piedra de Akhator nos susurró su llegada.
Kael apretó los dientes.
—Entonces ya saben cómo va a terminar esto.
Y la lucha por el poder del vínculo eterno comenzó.