Los cánticos no usaban palabras. Era magia vibrando en el aire, pulsando como el latido de un corazón corrupto. La Iglesia del Silencio se transformaba desde adentro: las paredes comenzaron a latir, y el suelo se agrietaba mostrando venas de energía oscura.
Kael apuntó con sus pistolas, pero la figura del trono desapareció. En su lugar, una amalgama de cuerpos, máscaras y símbolos flotantes comenzó a descender del techo como una serpiente de carne.
—Eso… eso no es un enemigo común —dijo Kael, apretando el gatillo.
Sus balas impactaron, pero el cuerpo del ritual se regeneraba. De las máscaras salían gritos que no se oían con los oídos, sino que desgarraban el alma.
—¡Kael, no dispares más! Ese ser… ¡es un Ritual Viviente! ¡Los miembros se fusionaron como ofrenda! ¡No podemos matarlo de forma tradicional!
Kael giró hacia Rin, sorprendido por el pánico en su voz.
—¿Cómo sabes tanto sobre esto?
—Porque… yo también fui una de las posibles ofrendas.
Kael quedó inmóvil un instante.
—¿Qué…?
—Hace más de un siglo, cuando aún no era más que una niña híbrida que nadie quería, la Iglesia me eligió como recipiente. Escapé antes del ritual… pero vi todo. Sentí el canto. Nunca lo olvidé.
Kael apretó los dientes.
—Entonces no dejaremos que vuelva a pasar. ¡Muéstrame el punto débil, Rin!
Rin cerró los ojos. La magia pura de su linaje se manifestó como sellos de contención etérea, girando alrededor de sus muñecas como brazaletes antiguos.
—Hay un núcleo. Una máscara dorada con una runa en espiral. Está en el centro de la masa. Solo con una técnica capaz de alterar la realidad podrás…
—¡Perfecto! Tengo justo lo necesario.
Kael activó la Piedra de Nostrium, alterando la zona a su alrededor. Por 180 segundos, la realidad se curvó. Corrió por una pared que se convirtió en aire, atravesó un brazo del ritual que era ahora piedra, y vio la máscara.
Disparó una bala cargada con magia de tiempo –un hechizo robado gracias a la Piedra de Zarneth–. La bala impactó en cámara lenta, rompiendo la máscara.
El Ritual Viviente chilló, su forma colapsó, y el templo se llenó de oscuridad por un instante.
Cuando la luz volvió, solo quedaban Kael y Rin. Respirando. Vivos.
—Nunca más vas a estar sola —murmuró Kael, sin mirarla—. Si esa iglesia quiere más víctimas… tendrá que matarme primero.
—Y si alguna vez decido convertirme en una piedra maldita… —añadió Rin con una sonrisa cansada— me aseguraré de que no te incluyas en el ritual.
Ambos rieron, por primera vez desde hace mucho.
Entonces, algo brilló bajo los restos del altar. Una piedra negra, flotando sin ser tocada por el aire. La Piedra de Akhator.
—Aquí está —susurró Kael.
—La sexta. Solo falta una más…
Pero antes de que pudiera tomarla, una voz resonó suave pero clara:
—Veo que han sobrevivido al juicio de la Iglesia del Silencio. Interesante.
La mujer encapuchada descendió de uno de los pilares. A su lado, el hombre de Mongolia, envuelto también en una capa oscura. Ambos sin mostrar señales de hostilidad.
Kael no bajó la guardia, pero tampoco disparó.
—¿Quiénes son ustedes?
—Los que han observado tu avance —dijo el hombre con voz calmada—. No enemigos. Aún no aliados. Solo... testigos del equilibrio que se está rompiendo.
Rin los miró con una ceja alzada.
—¿Y qué quieren ahora?
La mujer dio un paso adelante.
—Ver si realmente eres digno de cargar el vínculo de Akhator. Si no lo eres… no necesitaremos intervenir. La piedra te consumirá por sí sola.
Kael apretó los dientes.
—Entonces quédense a mirar.
Y sin dudar, extendió la mano hacia la sexta piedra…