La energía de la sexta piedra se elevó como un latido vivo. Oscura, ancestral, imponente. Apenas Kael cerró los dedos sobre la Piedra de Akhator, un flujo de memoria ajena lo invadió como si mil voces cantaran en una lengua olvidada.
Rin se acercó, colocándole una mano en el hombro.
—¿Kael… estás bien?
Su respiración era agitada, pero asintió.
—Sí… la piedra no me consumió. Al contrario. Es como si me aceptara.
Los dos encapuchados seguían observando en silencio. Kael los miró con desconfianza.
—¿Van a decirnos por fin quiénes son?
La mujer se quitó la capucha. Cabello blanco como la ceniza, ojos de un ámbar apagado, mirada serena.
—Mi nombre es Nahara. Él es Orren. Somos parte del Primer Velo.
—¿Primer Velo? —repitió Rin.
Orren habló por primera vez.
—Un orden que existe desde que las piedras fueron forjadas. Cuando el mundo era todavía joven y la magia no respondía a los humanos.
Nahara caminó alrededor de la piedra flotante.
—Nuestro deber ha sido velar por su equilibrio. No interferimos… salvo cuando alguien desafía el ciclo natural. Como ahora.
—¿Te refieres a mí? —preguntó Kael con frialdad.
—Tú… y el caos que se desató desde que las piedras empezaron a resonar contigo. Ya no hay equilibrio. Las siete están despertando, Kael Araragi.
Kael cruzó los brazos, pensativo.
—Y no van a detenerme.
—No —respondió Nahara sin titubear—. Pero tampoco vamos a ayudarte.
Rin dio un paso adelante, con una ceja levantada.
—Entonces ¿para qué aparecieron?
—Para advertirte —intervino Orren—. La piedra que resta, la de Iskra… no está en este mundo. Su guardián no responde al tiempo, ni al espacio. Y cuando la encuentres… tendrás que elegir.
Kael no dijo nada. Ya lo presentía. Algo en su interior sabía que la última piedra era distinta.
Rin se giró hacia él mientras los encapuchados se desvanecían en la bruma.
—¿Crees que se puede confiar en ellos?
Kael bajó la vista hacia su guante, donde las seis piedras brillaban brevemente.
—No. Pero si hablan de elección, eso significa que el final se acerca. Y tengo que estar listo.
Rin cruzó los brazos.
—No olvides que estás con alguien que tiene 260 años de experiencia… aunque técnicamente se vea como de 18.
—Lo dirás cada vez que puedas, ¿cierto?
Rin sonrió.
—Probablemente.
Kael rió entre dientes, y por un momento, el peso de la historia se sintió más liviano.
Pero entonces algo vibró en el aire.
—¿Lo sientes? —murmuró Rin.
—Sí… la señal del siguiente portal.
Una puerta oculta entre los templos abandonados comenzó a abrirse con un chillido metálico. La sexta piedra brilló una vez más. Su destino los llamaba.
Y al otro lado, el distrito sellado de Fukuoka, donde la Iglesia del Último Vínculo aguardaba… con la última página de este juego sagrado por escribirse.