Capítulo 8: “De tu voz a mi piel”

Las videollamadas eran su ritual diario. Como cepillarse los dientes o tomar café. A veces hablaban durante horas. Otras, se quedaban en silencio mientras hacían sus cosas, pero conectados. Esa tarde, Joaquín estaba tirado en la cama, con una camiseta sin mangas y el ventilador girando perezoso en el techo. Elliot, en su apartamento de Londres, leía un libro con su taza de té al lado. Pero sus ojos no podían concentrarse.

—No puedo dejar de mirarte —dijo, dejando el libro a un lado.

—¿Y eso por qué?

—Porque estás hermoso. Jodidamente hermoso.

Joaquín sonrió, tímido pero encantado. Bajó un poco la cámara para que Elliot pudiera ver más de él. Su cuello, su clavícula, ese espacio donde el deseo comienza a hablar.

—¿Así?

—Estás jugando con fuego —advirtió Elliot, en tono grave.

—Quizás quiero quemarme un poco…

El ambiente se volvió espeso, cargado de electricidad. Joaquín se acercó más a la cámara, bajó la voz, y le susurró:

—Decime qué harías si estuvieras acá… ahora mismo.

Elliot se mordió el labio. Cerró los ojos un segundo, como si imaginara el momento.

—Te haría acostarte sobre mi pecho… te acariciaría el pelo hasta que te relajes. Y después, sin apuro, te besaría en el cuello… justo ahí donde sé que se te eriza la piel.

Joaquín tragó saliva. Su cuerpo reaccionaba como si las palabras fueran manos.

—Seguí…

—Te haría reír. Porque me encanta cómo te reís cuando estás nervioso. Y cuando ya no aguantes más… cuando me pidas que te toque, lo haré como si estuviera dibujando sobre vos. Con paciencia, con hambre, con amor.

Joaquín cerró los ojos. La respiración le cambió. Sentía todo. La voz de Elliot era piel. Era beso. Era suspiro.

Después de un largo silencio, Joaquín lo miró fijo.

—No sé cómo hacés para hacerme sentir tocado sin tocarme.

—Porque te siento, aunque no te tenga.

Esa noche no hicieron nada más que hablar… pero todo fue deseo. Todo fue sentir. Todo fue la promesa de lo que vendrá.

Antes de cerrar la videollamada, Joaquín le susurró:

—Me estoy enamorando de vos, Elliot…

Del otro lado de la pantalla, Elliot lo miró con ternura y fuego:

—Yo ya caí, Joaquín. No tengo salvación.

Y así cerró el capítulo. Dos hombres, dos países, una sola verdad: el amor había cruzado el océano y estaba latiendo con fuerza.