Interludio: El silencio tras la tormenta
En el gran comedor del castillo Zevalen, la luz del sol caía suavemente sobre la larga mesa de mármol. A pesar del esplendor del lugar, el ambiente era... silencioso.
Lady Mireya Zevalen sostenía una taza de té humeante, mirando por la ventana hacia el cielo despejado. Sus ojos, aunque calmados, tenían un dejo de nostalgia.
—¿Hace cuánto que se fue? —preguntó sin girar la cabeza.
—Cuarenta y tres minutos exactos, mi señora —respondió Edgar, el mayordomo, con su impecable postura y tono neutral.
—Suficiente para que ya haya causado una explosión. —Leorn Zevalen, el hermano del medio, se dejó caer en una silla, brazos cruzados detrás de la cabeza—. Diez monedas a que su primer acto en la academia involucró fuegos artificiales.
—No deberías apostar con mamá en la mesa —replicó Celene Zevalen, la hermana mayor, con tono serio mientras hojeaba un libro de estrategias mágicas—. Aunque… admito que también lo pensé.
—Lo extrañas —comentó Leorn, con una sonrisa apenas visible.
—¡No seas ridículo! —Celene chasqueó la lengua—. Solo quiero asegurarme de que no convierta a sus profesores en ranas. Otra vez.
Lord Arvain Zevalen, el patriarca de la familia, permanecía en silencio. Con las manos cruzadas detrás de la espalda, observaba el retrato familiar colgado en la pared. Finalmente habló, su voz grave y tranquila:
—Él es distinto, sí… pero su fuego puede ser guía o destrucción. Lo importante es que aprenda a elegir.
—Y que no derrita la academia en el proceso —añadió Lady Mireya con una sonrisa irónica.
Edgar, sirviendo más té con precisión milimétrica, intervino:
—Puedo asegurar, con toda mi experiencia, que el joven amo Dargan tiene un talento para lo imposible... y una vocación natural para el caos.
—Y aún así, lo queremos tanto —dijo Leorn, esta vez sin sarcasmo.
Celene bajó su libro.
—Porque es uno de los nuestros.
Hubo un breve silencio. El tipo de silencio cómodo que solo las familias verdaderamente unidas pueden compartir.
Lady Mireya sorbió su té con elegancia.
—Que los dioses se apiaden de esa academia.
Parte II: Primer día de clases
El sol de la mañana iluminaba los ventanales de cristal encantado del edificio principal de la Academia Real de Magia de Asteria. Los alumnos de primer año caminaban por los pasillos, guiados por magia flotante que proyectaba nombres de aulas en el aire.
Dargan bostezó ruidosamente mientras caminaba al lado de Erian.
—¿A qué hora dijeron que empezaba la clase?
—¡Hace diez minutos! ¡Vamos tarde! —gimió Erian, con los libros desordenados bajo el brazo y el uniforme ya ligeramente arrugado.
—¿Y qué? ¿Nos van a castigar el primer día? Sería toda una marca de estilo —comentó Dargan con una sonrisa.
—No todos queremos empezar la escuela con una explosión, Dargan.
—La explosión fue intencional y artística, gracias.
Ambos llegaron finalmente al aula asignada: una sala circular con estanterías flotantes, una pizarra que se escribía sola y un profesor de barba blanca y túnica bordada con símbolos dorados.
—Llegan tarde. Qué sorpresa —dijo sin mirar, con una voz profunda.
—Buenos días, profesor... —intentó saludar Erian.
—Soy el profesor Halbram Voreck, maestro de Teoría Avanzada de Manipulación Mágica. Y tú —señaló a Dargan sin levantar la mirada— debes ser el motivo por el que las aseguradoras mágicas están en huelga.
—¡Qué honor que me reconozca, profe! —respondió Dargan con una reverencia teatral.
El profesor lo ignoró.
—Siéntense. Y no intenten impresionar a nadie. La magia fuera de control no es talento, es idiotez disfrazada de poder.
Dargan alzó las cejas. Erian tragó saliva. En los asientos, Ardyn Lioras ya estaba con pluma en mano, escribiendo con elegancia. Sylha Nox apoyaba los pies sobre la silla frente a ella, lanzando pequeñas burbujas oscuras desde su dedo índice.
—Clase Alfa... —murmuró Halbram—. Ustedes no son prodigios. Son pólvora con nombres bonitos. Veamos quién explota primero.
Las clases no fueron suaves. El nivel era despiadado. La teoría exigía precisión, los ejercicios prácticos requerían concentración total. Y aún así, Dargan parecía divertirse.
—¿Dargan? ¿Estás escuchando? —susurró Erian, nervioso frente a su primer intento de invocación.
—Claro que sí, estoy concentrado… en no invocar algo que destruya el techo.
—¡Entonces no pienses en eso!
—Demasiado tarde.
Un pequeño portal chispeante se abrió... y de él salió una criatura voladora del tamaño de una paloma, cubierta de llamas.
—¡Apágala! ¡Apágala! —gritó Erian, corriendo tras ella.
El profesor Halbram ni siquiera parpadeó.
—Pueden intentarlo… si sobreviven —dijo mientras tomaba té con total normalidad.
Sylha reía. Ardyn rodaba los ojos. Dargan, por supuesto, se recostaba contra el respaldo con una sonrisa.
—La academia va a ser divertida.
Fin del capítulo.