La mañana comenzó como cualquier otra en la recientemente reconstruida Academia Real de Magia de Asteria: cielos despejados, pasillos chispeando energía mágica, estudiantes con ojeras y ojeras con estudiantes colgados de ellas.
Dargan bostezaba mientras se acomodaba la chaqueta de cuero, entrando al aula con su andar usual de “esto va a explotar o reírse de alguien… o ambas”.
—¿Por qué siento una tensión mágica horrible? —preguntó Erian, mirando nervioso alrededor.
—Es porque hay una maldición flotando —respondió Sylha con naturalidad—. La llamamos Halbram.
Y justo entonces…
¡CRACK!
La puerta se abrió con violencia y una presencia fría como la lógica entró en el salón. La sombra de la desesperación caminaba con él. Sus pasos resonaban con autoridad inquebrantable.
Profesor Halbram Voreck.
Barba blanca perfecta, túnica impecable, mirada que podía hacer temblar a golems. Su sarcasmo era un arte afilado y su desprecio por las excusas, legendario.
—Buenos días, microorganismos en formación —saludó con voz seca—. Hoy descubriremos si sus cerebros funcionan para algo más que lanzar luces brillantes y gritar “¡magia!”.
Todos tragaron saliva.
—He preparado un examen escrito de Teoría Avanzada de Manipulación Mágica. Cuatro secciones. Cincuenta preguntas. Algunas en runas arcanas. Algunas en idiomas extintos. Algunas… en sentido figurado.
—¿Qué rayos significa eso? —susurró Juno mientras su bastón murmuraba: huye.
—El examen será en silencio, sin dispositivos mágicos, sin hechizos de memoria, sin ilusiones de duplicación, sin pergaminos de copiado, sin contacto visual entre ustedes, y absolutamente sin llorar. —Dicho eso, lanzó un montón de hojas al aire—. ¡Comiencen!
Caos instantáneo.
Gritos internos. Sudores fríos. Dargan miraba el examen como si fuera un hechizo prohibido en élfico invertido.
—¿Qué demonios es “hiperconductividad invertida por nexos mentales compartidos”? —murmuró Ardyn, con la frente contra la mesa.
Tessia estaba escribiendo con velocidad ridícula, aunque se saltaba palabras como “coherencia” y “gramática”.
—¡Yo le gano al papel! —gritaba.
Nella ya estaba armando un modelo teórico con su lápiz flotante.
Velira Moss había creado una trampa de tinta para hacer creer al papel que estaba completo.
—No sé si eso vale, pero lo respeto —dijo Juno desde debajo de la mesa.
Mientras tanto, desde la parte superior del aula, Halbram Voreck observaba con expresión neutral.
—Míralos. Jóvenes, brillantes, con futuros prometedores… desperdiciados en absoluto caos —dijo con un suspiro de falsa lástima.
Una hora más tarde…
El silencio fue reemplazado por el ruido de cerebros fritos.
Al sonar el final del examen, algunos temblaban, otros lloraban en silencio, y uno que otro intentó comerse el examen para evitar que lo calificaran (aún investigan quién fue, aunque las migas mágicas apuntaban a Domel Irk).
Halbram recogió los exámenes con elegancia cruel.
—Revisaré estas joyas esta noche. Espero encontrar al menos tres respuestas correctas… entre todos.
Se fue sin más.
Nadie habló por varios minutos.
Hasta que Dargan dijo:
—Quiero que me ataque un dragón otra vez. Era menos traumático.
Y todos asintieron en solemne acuerdo.