Capítulo 59 – “Entre artefactos, sospechas y pasos en la oscuridad”

El aula de Velmira Soryn zumbaba con energía. Literalmente. Entre artefactos chispeantes, bocinas mágicas con voluntad propia, y una lámpara que recitaba poesía cada vez que alguien decía la palabra “conector”, era difícil concentrarse. Pero así era la vida en la clase de Diseño e Integración de Artefactos Arcanos.

—¡¡Atención, mis pequeños genios del desastre!! —gritó Velmira, con una sonrisa tan brillante como peligrosa—. Hoy conectaremos conductos de flujo etéreo a catalizadores armónicos. Con suerte, solo uno de ustedes saldrá volando por una ventana.

Kaelir estaba sentado al fondo del aula, con una libreta flotante y pluma automática registrando todo con movimientos precisos. Observaba en silencio, analizando la dinámica de los estudiantes. A su lado, Sylha ya había envuelto su herramienta con burbujas sombrías “por precaución”, y Dargan hacía malabares con dos tubos de cristal cargados de chispa mágica.

—¿Y si los cruzo? —preguntó, girándose a Erian.

—¡No! ¡NO! ¡¡Eso fue exactamente lo que explotó la semana pasada!!

—Ya decía yo que me resultaba familiar.

La clase avanzaba con una sincronía caótica. Juno hablaba con su bastón, que no dejaba de reclamar que “esto es un trabajo para enanos especialistas en runas”, mientras Nella medía frecuencias con una precisión fría y constante.

Ardyn, como siempre, era el primero en terminar su prototipo. Y como siempre, Dargan ya estaba usando el suyo como una especie de lanzador de dulces arcanos para probar la resistencia del artefacto de Sylha.

—¿Te vas a quedar en todas las clases? —le preguntó Mirven Thol a Kaelir, con curiosidad sincera.

—Así lo indicó la directora Aerith —respondió Kaelir, cruzando los brazos—. Mi presencia es observacional y neutral. Por ahora.

En la siguiente clase, la situación cambió drásticamente.

Aula de Teoría Avanzada de Manipulación Mágica. Profesor Halbram Voreck.

—...Y por eso jamás se debe intentar doble imbuición sin antes verificar el vector de retroalimentación —decía Halbram, con su voz seca como una piedra raspando otra piedra.

El aula era silenciosa. Todos anotaban con disciplina… menos Dargan, que le hacía caritas a Kaelir desde el asiento de atrás. Kaelir, por su parte, permanecía en silencio, sin inmutarse.

Halbram se detuvo. Lo miró. Lo fulminó.

—¿Y tú? ¿El heredero de alguna llama pretenciosa, verdad? —dijo Halbram, cruzando los brazos—. ¿Piensas quedarte aquí como adorno o vas a interrumpir el flujo académico con tu sola existencia?

Kaelir alzó una ceja, sin perder la compostura.

—Solo observo, profesor. No interfiero.

—Tsk. Otro observador. Como si ya no tuviera suficientes ojos en mi nuca.

—¿Tiene ojos en la nuca? —preguntó Tessia en voz alta.

—¡Es una expresión, cabeza de velocidad!

Toda la clase estalló en carcajadas.

Halbram resopló y giró para seguir escribiendo con su tiza encantada, la cual, por cierto, escribía insultos pasivos-agresivos si alguien cometía errores.

Después de un par de clases más —incluyendo una con la profesora Mirell Dazeen que terminó con la mitad del aula llorando de ternura y un hechizo empático mal canalizado que hizo que todos sintieran el hambre de Tessia—, llegó el momento del almuerzo.

Allí, reunidos en la mesa grande del caos habitual, todos discutían sobre el día.

—Kaelir, ya que estás en todas las clases, deberías sentarte con nosotros en las comidas —dijo Dargan, mientras giraba un tenedor con telequinesis.

—¿Así funciona la diplomacia en este plano?

—Así funciona la costumbre en esta academia —dijo Ardyn, mientras limpiaba su capa de salsa errante.

Tessia entró corriendo a toda velocidad.

—¡¡No puedo creer que me dejaran fuera!! —gritó, con expresión de indignación teatral.

—¿Fuera de qué? —preguntó Erian.

—¡Del club de Destructorcillo!

—…¿Pero si no tenemos club?

—¡Ah! Tienen razón… perdón, la costumbre.

En una esquina, Lyss Verhiel observaba en silencio, su mirada fija en Kaelir… y luego en Dargan. Había algo en su energía mágica que no era solo caos. Era como si algo más lo envolviera… algo antiguo, aún sin nombre.

Y lejos, muy lejos… dentro de un antiguo conducto olvidado bajo la academia, una figura encapuchada movía sus dedos sobre un cristal oscuro. Sus ojos, rojos como carbones encendidos, veían los movimientos de todos. Pero sobre todo, de uno.

—Ya falta poco para que despierte… el verdadero caos.