Capítulo 64 – Ecos del laberinto y el susurro carmesí

Los muros que rodeaban a Dargan, Kaelir, Sylha y Lyss vibraban como si tuvieran vida propia. No eran de piedra, ni de metal, sino de una sustancia mágica fluctuante que latía, como si la estructura entera fuera un ser vivo.

—Este lugar no es una simple trampa —murmuró Lyss, con su mirada fija en la pared que parecía observarla de vuelta—. Está hecho para desorientar y drenar la energía mágica.

—Fantástico —gruñó Sylha, cruzándose de brazos—. Nos atrapan, nos drenan, ¿y qué sigue? ¿Nos transforman en macetas mágicas?

Kaelir examinaba las runas del suelo con su bastón brillante, moviéndolo lentamente. —Este patrón no es común... es de origen preimperial. Muy antiguo. Diseñado para confundir hasta a los rastreadores más precisos.

Dargan se rascó la cabeza, mirando una de las paredes con expresión confundida.

—¿Y si... le pego? —propuso con la naturalidad de quien siempre resuelve los problemas golpeando cosas.

—No es un jarrón, Dargan —soltó Lyss, sin poder evitar una ligera sonrisa. Luego, suspiró—. Pero... tal vez no sea tan mala idea.

Mientras tanto, fuera de esa prisión dimensional, algo más se movía.

En los pasillos más profundos de la Academia Real de Magia de Asteria, una figura avanzaba silenciosa.

Una figura, cubierta por un manto carmesí con runas invisibles que se activaban con cada paso. Su rostro estaba cubierto por una máscara pálida y lisa, sin expresión. En sus manos, llevaba un libro antiguo atado con cadenas rotas y una varilla forjada con fragmentos de hueso.

No tocaba el suelo. Se deslizaba.

—La fisura está latente... pero no por mucho tiempo —susurró con una voz tan suave que no parecía provenir de su boca, sino del aire mismo.

En la torre de observación, la directora Aerith Thaloren giró lentamente, como si hubiese sentido una perturbación. A su lado, el profesor Halbram Voreck fruncía el ceño mientras hojeaba los exámenes corregidos.

—¿Algo anda mal? —preguntó, con su usual sarcasmo—. ¿O solo es otra de tus visiones dramáticas?

—No. Esta vez... es real —dijo ella, con voz grave—. Se ha colado algo... o alguien... que no estaba invitado.

Dentro del laberinto mágico…

—¡Lo tengo! —gritó Kaelir, apuntando hacia una runa específica en el techo—. Si la destruimos con una magia de onda inversa, podríamos forzar una distorsión de salida.

—Perfecto —dijo Lyss, lista para disparar su hechizo—. Dargan, tú dispara al mismo tiempo. Pero con menos estilo, como siempre.

—Ey, mis explosiones tienen personalidad —respondió Dargan con orgullo.

Sylha chasqueó los dedos, invocando burbujas de oscuridad chispeante. —Yo cubriré el perímetro. Por si acaso la cosa que nos atrapó decide saludarnos.

La combinación de luz caótica, magia de rastreo y oscuridad se disparó. Las runas chispearon. El espacio tembló. Hubo un zumbido que se transformó en un rugido, y de pronto… el suelo desapareció bajo sus pies.

Los cuatro cayeron en medio del aula de prácticas de defensa mágica... frente a una clase entera que los miró en silencio.

—Hola —dijo Dargan, sacudiéndose el polvo del cabello—. ¿Nos perdimos de mucho?

Desde la entrada del aula, el profesor Ruden Thalek se llevó la mano a la frente.

—¿Por qué siempre terminan cayendo del techo?

Sylha le palmeó el hombro a Kaelir. —Podríamos hacer de esto una rutina.

Kaelir solo suspiró. —Otra vez tarde… otra vez caos.

En una torre secreta...

El infiltrado colocaba una esfera con sigilos centelleantes sobre un mapa arcano de la academia.

—El caos se expande. Tal como predijo la grieta. Pronto será momento de despertar… eso.

Y en un susurro que parecía salir desde la tela del manto mismo, una voz respondió:

—Entonces prepárate. El caos… ha elegido su campeón.