Ser un cavernícola fue una experiencia reveladora. Pero ya empezaban a cansarse de usar hojas como papel higiénico.
En estos diez días habían tenido suerte: no comieron nada venenoso ni contrajeron una diarrea mortal. Un logro, considerando que su dieta se componía casi exclusivamente de ranas y grillos.
Estaban bastante cansados. La dieta de insectos y anfibios empezaba a sentirse monótona. Jamás habrían pensado esto antes, pero querían verduras. Algo verde que comer.
Tristemente, aunque Joshua era chef y conocía infinidad de plantas comestibles, ninguna de las que encontraron en ese bosque se parecía a las que conocía. Ni una.
Ahora que lo pensaba bien… ¿no eran las ranas y grillos más grandes de lo que recordaba? Las ranas incluso tenían cuernos. Pensó que podrían ser ranas toro. Tal vez.
Tal vez no estaban en un bosque cerca de la ciudad. Ni cerca del país. O incluso… tal vez ni siquiera en su mundo.
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En estos días no habían caminado mucho. No podían evitarlo: eran personas sedentarias. Si no, ¿por qué estarían tan gordos?
El riachuelo proporcionaba agua y comida (ranas). Los grillos eran bastante comunes cerca de allí, tal vez la humedad los atraía.
Habían pasado los últimos tres días en ese lugar. Aunque exploraban cerca, siempre volvían. Samuel pensaba que era poco eficiente. Especialmente después de escuchar la teoría de su hermano: si estaban en otro mundo, debían buscar a otros humanos. No quería terminar como aperitivo de algún dragón.
Además, en secreto, empezó a murmurar “sistema” o “fire bolt”. Tristemente, aparte de perder dignidad, no ocurrió nada.
Joshua decidió empezar a preparar provisiones. Había encontrado unas piedras bastante útiles: obsidiana, sílex o algo similar. Piedras negras, bastante filosas si se rompían bien. Usándolas, logró filetear ranas lo suficiente como para secarlas al sol.
En un par de días, lograron obtener carne de rana seca y grillos tostados. Llenaron sus tomatodos con toda el agua hervida que pudieron.
Y se dispusieron a explorar. Esta vez, más lejos.
Joshua miró el riachuelo con cariño. Tal vez no volverían allí nunca. O encontraban algún asentamiento… o terminaban como excremento de dragón.
Motivados, empezaron el día doce.
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Volver a ser un par de exploradores perdidos no fue la mejor idea. Así que empezaron a marcar árboles para evitar caminar en círculos.
Aunque protestase el estómago, empezaron a comer menos. La carne de rana no iba a durar mucho, y no tenían ninguna mochila o bolsa en la que llevarla.
Samuel empezó a quejarse. Joshua empezó a considerar seriamente usarlo de carnada para cazar un tigre.
Tal vez motivado por las molestas quejas de su hermano, Joshua logró recordar un video sobre cómo usar ramas y fibra vegetal (lianas, hojas largas trenzadas) para hacer una especie de mochila.
La primera no fue bien: se desarmó en segundos. La tercera fue mejor, aunque bastante fea. Se la dio a su hermano. La quinta salió muy bien, así que se la quedó.
Bastante alegre con su nuevo equipamiento, Joshua empezó a guardar cualquier cosa que le pareciera interesante… lo que lo llevó a sufrir por ir sobrecargado. Samuel se burló y se adelantó.
Joshua solo le respondió con un dedo medio.
Pronto, Samuel volvió corriendo… había encontrado un camino.