El camino al otro mundo

Caminar. Caminar. Joshua lo repetía en su mente. ¿Por qué diablos este camino era tan largo?

Llevaban más de tres días caminando y todo lo que veían eran árboles, árboles y tal vez un par de conejos. Enormes. Samuel trató de atraparlos. Lo golpearon. Eran bastante agresivos. Por suerte, pudieron correr y evitar las mordidas.

Joshua se burló bastante de su hermano: ser pateado por un conejo no era algo fácil de olvidar. Pero también estaba preocupado. Hasta ahora, todos los animales que habían encontrado eran más grandes de lo normal. Si por desgracia llegaban a toparse con un tigre o un lobo, estarían acabados.

Samuel no se rindió. Esa humillación debía pagarse con sangre. Así que empezó a diseñar una trampa que había visto en un videojuego. Usó algunos grillos como carnada… y un chocolate que “encontró” casualmente en el bolsillo de su hermano.

Joshua, ignorante del robo de su hermano, decidió descansar cerca de lo que parecía una carreta abandonada. Decidió revisarla bien. Tenía que comprobar si la gente de este mundo era también más grande, como los animales.

---

La carreta se veía normal. Ni muy grande ni muy pequeña. Aunque le faltaban ruedas, estaba apolillada y con zonas parcialmente quemadas, no parecía distinta a las que había visto en series o películas de su mundo.

Fue una gran fuente de información. Con eso supo que la gente medía en promedio algo similar a ellos, que al parecer usaban animales de carga —ya fueran burros o algo similar—, y que estaban en una época muy parecida a la Edad Media.

No estaba seguro aún si había monstruos como dragones o criaturas mágicas, pero al menos ahora sabía algo:

Tal vez el mundo era bastante más peligroso de lo que habían creído.

--------

Esto se confirmó unos minutos después. Vio a Samuel correr… algo que consideraba imposible. De no ser por las tres sombras enormes que lo seguían.

Ratas. Tan grandes como perros. Tal vez más.

—¡¿Qué diablos hiciste, idiota?! ¿De dónde trajiste esas cosas?!

Sin dudar, Joshua buscó algo con lo que defenderse. La carreta no tenía mucho, pero parecía tener algunos palos. Tomó uno y revisó el suelo en busca de piedras. Samuel ya estaba cerca. Al igual que las ratas.

Joshua lanzó la piedra. No quería presumir, pero su puntería siempre fue buena. La piedra impactó en el ojo de la rata a la izquierda. Chilló y trató de huir. Joshua no la detuvo. No quería cazar: quería evitar que esas ratas se almorzaran a su hermano.

---

Samuel siguió corriendo. Sentía que nunca en su vida había corrido tanto. Tal vez realmente nunca lo había hecho. Pero eso no lo detuvo. Girar y ver los dientes afilados en las bocas babeantes de esas ratas gigantes lo motivaba a seguir.

¿Quién iba a pensar que el chocolate no atraería a los conejos, sino a estas malditas ratas? La trampa falló. Estaba diseñada para animales más pequeños. Los conejos que lo apalearon medían la mitad de lo que medían estas ratas. No quería ni imaginar qué pasaría si lo alcanzaban.

—¡Hey, idiota! ¡Ven para acá!

Su hermano le gritó y Samuel no dudó. Dio un giro brusco —que ni él pensó que podía hacer— y se lanzó hacia Joshua.

-------------

Joshua respiró lento. Necesitaba concentrarse. Afortunadamente, su época como ayudante de cocina había templado sus nervios. Muchos subestiman esta profesión, pero es una guerra. Una guerra entre el comensal y el cocinero.

Soportar los gritos del chef principal, el desorden y el caos en la cocina… obliga a uno a ser más centrado.

Samuel pasó “volando” a su lado. Joshua pensó que ser arrollado por su hermano era más peligroso que ser atacado por una de esas ratas.

Con el palo preparado, golpeó. La segunda rata fue enviada a volar con un chillido. El palo se hizo añicos. Parecía más apolillado de lo que Joshua esperaba. Por suerte, esa rata no era muy valiente. Tal vez no pensó que las albóndigas se defenderían. Así que escapó al bosque.

Quedaba una rata.

Y para suerte de su hermano… era la más grande.