Sabor a hogar

Joshua estaba bastante agradecido con la currícula de su escuela técnica. El francés e inglés habían sido cursos obligatorios de carrera. Aunque nunca fue a Francia, había practicado bastante, por lo que las conversaciones comunes no eran un problema.

Además, los idiomas le parecían un tema interesante, por lo que tomó cursos extra: alemán, ruso e incluso irlandés.

El idioma en este mundo parecía una extraña mezcla entre lenguas. Había notado palabras rusas y alemanas entre el francés raro que Tanya hablaba.

Joshua pensó que al menos debía entender la escritura, y compararla con la de su mundo.

Cuando preguntó y logró hacerle entender a Tanya lo que quería, ella miró hacia otro lado. Un tanto avergonzada. Parecía que no sabía leer o escribir.

Joshua no se sorprendió mucho. Durante la Edad Media —al menos en su mundo— la alfabetización no estaba tan extendida entre el pueblo. O al menos eso había oído en documentales o información random de internet.

Eso, o Tanya era tonta.

Verla llevarse tan bien con Samuel en cuestión de minutos reforzaba esa teoría.

Samuel le ofreció grillos. Ella, alegremente, los tomó y, al sentirlos insípidos, sacó algo de una bolsa de piel atada a su cintura. Rociando el polvo sobre los grillos, empezó a comer.

Joshua lo vio y probó un poco del polvo. Parecía ser sal mezclada con algunas especias. En lo personal, él creyó que los grillos tostados harían un buen contraste con algo dulce. Tal vez quedarían mejor con miel.

 

Su hermano empezó a, literalmente, tragar los grillos.

 

Joshua empezó a temer por los dedos de Samuel. Tal vez se los mordiese al tragar así la comida. O peor aún, los de Tanya, que había empezado a comer igual que Samuel, mientras lo empujaba para evitar que él se acabara con todo.

Era como ver una versión femenina y compacta de Samuel.

Joshua empezó a tener un poco de migraña.

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Tanya estaba más tranquila. Aunque con dificultad, había podido comunicarse con los ogros. Que, al parecer, eran humanos. O al menos ellos se consideraban como tales.

Tanya aún tenía sus dudas. ¿Qué comían para llegar a ser tan grandes? ¿Y por qué eran tan peludos? Ni siquiera los ancianos en su aldea lograban tener tanto pelo en la cara. Lo máximo que había visto fueron cuatro o cinco pelos en la barbilla de su ya tiempo difunto abuelo.

Sorprendentemente, también comían grillos kiri. Una golosina local.

 

Saber atraparlos era un arte respetado entre los niños de su aldea. Verlos después de tiempo le dio un choque de nostalgia. Pero al probarlos… casi escupe. No tenían nada de condimento. Estaban amargos e insípidos.

Tal vez… realmente eran ogros que aún no habían descubierto la sal.

Un tanto conmovida por la triste vida insípida de este par de autoproclamados humanos, sacó un poco de condimento que llevaba en caso de emergencia.

Según palabras de su padre: un cazador puede salir incluso sin provisiones —cazará o escarbará algo para vivir—, pero nunca debe faltar sabor. La comida rica es la verdadera motivación del ser humano. Si no podías darte esos pequeños gustos… ¿estabas vivo? ¿O solo evitabas no morir?

Un poco de sabor cambió a estos insípidos grillos en el manjar que recordaba. El ogro tonto, Samu, empezó a devorarlos con una sonrisa.

Tanya, al verlo, no pudo evitar pensar en su hermanito. Él también ponía esa expresión tonta cuando ella le daba algo rico para comer.

Una sonrisa se formó en sus labios. No pudo evitar pensar que era un poco "lindo".

Pero al ver cómo los grillos desaparecían entre las fauces de ese peludo ser, Tanya decidió dejar los modales a un lado.

Hacía tiempo que no tenía ocasión de buscar grillos. No había comido esa golosina en mucho tiempo. Usando su cuerpo para tratar de alejar al ogro de los grillos, empezó a llenar sus pequeños puños de grillos, evitando las enormes manos de Samu.