Soy un maldito sentimental, la llamé como seis veces entre que llegué allí y el almuerzo.
—Colton, acabas de colgar el teléfono hace como veinte minutos —todavía estaba molesta; maldita sea, esta chica sí que podía guardar rencor.
—¿Y cuál es tu punto?
—¿Qué exactamente crees que va a pasar en el espacio de veinte minutos?
—¿Cuánto tiempo le tomó a ese enfermo hijo de puta atarte y tirarte en la parte trasera de su auto?
—Supéralo ya, por cierto, tu mamá y la planificadora de bodas vienen y vamos a ir a probar pasteles.
—Katarina —me colgó el teléfono y me dejó furioso—. ¿Por qué, por qué no podía simplemente escuchar?
—Mamá, ¿a dónde llevas a Kat?
—¿Colt?
—¿Cuántos otros hijos tienes?
—Hola cariño, ¿cómo estás? Mira, no puedo hablar ahora, las chicas y yo tenemos algunos mandados, tenemos que ocuparnos de la boda ya que solo faltan un par de semanas y ni siquiera hemos elegido el pastel.
—Mamá, no quiero que Kat salga.