—Yo iré por ella —me levanté de la cama y fui a buscar a mi pequeña princesa a la mañana siguiente. Estaba haciendo suficiente ruido como para despertar a los muertos, igual que su madre.
—Oye, oye, oye, ya estoy aquí, ¿qué te pasa esta mañana, eh? ¿Pensaste que papi te había dejado, eh? Ven aquí preciosa —la saqué de su cuna y la puse en el cambiador. Me estaba mirando con mala cara, supongo que me había tardado demasiado.
—Escucha, tu viejo llegó a tiempo así que no me mires así —se rió cuando le hice cosquillas en la barriga y empezó a mover las piernas y a decirme pa, pa. Maldita sea, si los chicos del trabajo supieran lo lloroso que me pongo cada vez que mi niña hace eso, nunca dejarían de molestarme.