La puerta se cerró de golpe y Kendra entró en la habitación, secándose una lágrima perdida de sus ojos. Era patético tener que fingir que le importaba que Avery hubiera sido secuestrada. Horrible tener que pretender cuando era lo mejor que le había pasado.
Kendra se dejó caer en la cama, una sonrisa formándose lentamente en sus labios, y de repente, se convirtió en una risa descontrolada. El sonido de su risa resonó por las paredes, ligera y alegre. Era el tipo de risa que venía de la pura victoria.
Se giró sobre su espalda, con los brazos estirados sobre su cabeza, hundiéndose en las sábanas de seda con un suspiro de deleite.
—Por fin —respiró, mirando al techo con ojos brillantes—. Por fin no tengo que ver su cara otra vez.