La duda le había estado rondando la mente desde hacía un rato.
¿Qué había sido ese resplandor dorado en su espada antes de que se rompiera? ¿Y esa extraña luz azul del caballero?
Si eso era maná… ¿cómo se activaba?
¿Había que decir alguna frase rara para lanzar una bola de fuego, como en las películas?
De pronto, una idea cruzó por su mente.Svend… él podría saberlo.
Bill lo miró. El chico yacía tirado sobre el suelo de piedra, acurrucado, con los ojos fuertemente cerrados.
Su brazo… o más bien, el lugar donde debería estar su brazo, estaba pegado a su pecho. Tal vez había olvidado el dolor por un momento.
Bill se arrastró hacia él.
Su brazo menos lastimado era el de los nudillos rotos, por lo que no podía apoyarlo en el suelo. Apenas podía mantenerse de pie sobre una pierna—y eso era una verdadera lucha, considerando el dolor muscular y los cortes que tenía por todo el cuerpo.
Así que se arrastró.
Cuando estuvo a unos centímetros de su rostro, susurró:
—Svend…
El chico se estremeció como si hubiera escuchado un fantasma, y abrió lentamente los ojos.
—¿Bill? —preguntó en voz baja, con el ceño fruncido.
Bill lo miró fijamente a los ojos y asintió.—Sí, Svend, soy yo.
Miró el lugar donde debería estar el brazo de Svend.Un fuerte sentimiento de culpa lo invadió.
Sí, Svend era su enemigo, pero… si hubieran hablado en vez de atacarse desde el principio, ¿habrían llegado hasta esta situación?
Y más aún… si él no hubiera tomado el cuerpo de Desmond, ¿estaría Svend vivo ahora?
No quería saber la respuesta.
—¿Cómo está tu brazo? —preguntó, con la culpa evidente en su voz.
Svend bajó un poco la mirada antes de responder.
—Ya no sangra. Me hice un torniquete. Aún duele. Pero oye, ¿y tú? ¿Cómo estás tú?
Lo miraba con el ceño fruncido, pero también con algo de preocupación.
—Svend, yo también tengo muchas preguntas, pero tenemos que salir de aquí primero. No podemos hacerlo heridos y con mil duendes allá afuera. Tenemos que movernos antes de que regresen.
Señaló sus heridas.
—¿Me podrías ayudar a levantarme?
Mientras hablaban, Bill se enteró de varias cosas interesantes.
Como que el caballero con el que se enfrentó, al parecer, decía ser un caballero de Camelot de dos núcleos.
Al principio, Bill no entendió lo que decía, así que preguntó sin rodeos. Svend lo miró como si estuviera loco, como si fuera algo común.
Y tal vez lo fuera.
Pero Bill acababa de llegar a ese lugar, así que no dejó que Svend se guardara nada.
Finalmente, Svend, a regañadientes, le explicó, como quien le habla a un niño:
—Los núcleos son parte del alma de una persona. Hay nueve en total.Cada núcleo te otorga una habilidad o elemento especial ligado a tu alma. Aunque puedes aprender habilidades transmitidas, tus habilidades propias son las más importantes.
Y luego comenzó a enumerarlos:
—El primero es el Núcleo del Eco.
El segundo, del Rastro.
El tercero, del Velo.
El cuarto, de la Presencia.
El quinto, del Heraldo.
El sexto, de la Ruina.
El séptimo, de la Destrucción.
Y los dos últimos… nadie lo sabe.
Nunca se ha conocido a nadie que haya llegado a ese nivel.
Bill tenía dudas, así que preguntó:
—¿Y los nombres? ¿Quién los nombró?
Svend se rascó la cabeza.
—Ah, eso... Un hombre encontró unas ruinas en un reino lejano llamado Daemon. Ahí descubrió el método para crear un núcleo.Lamentablemente, borró los registros de los dos últimos núcleos, por eso nadie sabe cómo avanzar más allá.Él compartió el conocimiento, y nadie lo cuestionó.
La mención de Daemon sorprendió a Bill por un momento.
Sin embargo, al analizarlo, tenía sentido que existieran registros, ya que estaba en el pasado.Aun así, no dejaba de comerse la curiosidad sobre cómo sería Daemon ahora.
Tal vez algún día lo sabría.
—Necesito saber cómo crear un núcleo, Svend —dijo Bill, muy serio, mirándolo a los ojos verdes.
Svend lo miró con cara de total confusión.
—¿No tienes uno ya? —preguntó, como si Bill fuera un bicho raro.
—...¿No? —respondió Bill, aún más confundido.
—Si no es así, entonces es imposible que hayas luchado solo con habilidad.Por el resplandor dorado que emitiste en el bosque, pensé que habías creado uno en ese mismo momento. Por eso te llevé hacia el lago.¿Estás seguro de que no tienes uno? ¿O no sabes siquiera lo que es un núcleo?
“Ahora realmente me ve como un anormal,” pensó Bill, al notar la mirada de Svend.
No había mucho más que hacer, así que decidió ser honesto.
—No lo sé… —dijo, avergonzado.
Svend soltó un largo suspiro, mirando hacia los cuerpos esparcidos a su alrededor.Algunos, muy heridos, apenas respiraban.
—Yo no tengo un núcleo… y tú ni siquiera sabes usar el tuyo —dijo Svend, levantando la mirada hacia el techo de roca.
—Tengo que crear uno. Y tú, aprender a controlarlo.
Se giró hacia Bill con una sonrisa en el rostro.
—Así que siéntate. Te enseñaré lo poco que sé.
En sus ojos brillaba un toque de orgullo.
“Ahora me habla informalmente, ¿eh?” pensó Bill.