Haciendo caso omiso a Svend, intentó sentarse sobre el suelo de piedra.Svend se colocó frente a él y dijo:
—Primero, como no sabemos si cuentas con un núcleo o no, hay que empezar con lo básico. Sigue mis indicaciones —ordenó, sentándose con las piernas cruzadas y cerrando los ojos.
Obedeció, sin muchas opciones a su disposición.
—Dentro del cuerpo de todos existen canales de maná. Estos sirven para guiarlo e ir formando un núcleo cerca del pecho. Ahora bien, ¿de dónde se obtiene el maná?Está en todas partes: en el aire, en el agua, en la tierra. Toda forma de vida lleva consigo maná —explicó con voz calmada—.Sencillo, ¿verdad?
Abrió un ojo, curioso por lo tranquilo que parecía estar el otro, y preguntó con seriedad:
—¿Y después?
—Aquí viene la parte difícil.Tienes que ser uno con todo a tu alrededor.El aire, la humedad, absolutamente todo. Debes fusionarte con la atmósfera misma.
—¿Y… cómo se logra eso?
—Tu conciencia es una parte vital de tu alma.Yo no lo sé exactamente, porque aún no tengo un núcleo. Pero casi todos conocen el proceso. Así que crear uno no es imposible.
Svend se inclinó un poco hacia él.
—Ahora concéntrate. Cierra los ojos y visualiza tu alrededor: las paredes, las diminutas motas de polvo en el aire… todo.Cuando quieras crear un núcleo, tienes que empezar por ser uno con el entorno.Por supuesto, si ya tienes uno, esto no tomará mucho tiempo. En ese caso, lo harás tan fácil como respirar.Ahora, inténtalo.
Asintió y cerró los ojos lentamente. Estaba algo nervioso por la experiencia, pero también tenía la esperanza de que ya existiera un núcleo dentro de él, que no tuviera que empezar desde cero.
Pasó un minuto entero sin sentir nada.Sus sentidos se agudizaron, sí, pero aún no lograba captar su entorno por completo.
Hasta que, de repente… lo sintió.
Su conciencia, su mente, percibió algo más.
Eran los cuerpos tirados en la celda. Cada uno de ellos.
Y luego, algo más: las débiles respiraciones de los que permanecían desmayados. Le siguió el tenue latido de sus corazones.
Era una sensación reconfortante. Pero lo que vino después lo colmó aún más.
En su pecho —o justo debajo de él— algo cálido comenzó a moverse.
Se filtraba por todo su cuerpo. Era una sensación eufórica que lo hizo olvidar sus heridas, de las cuales ahora salía un pequeño vapor blanco.
“Así que esto es el maná.”
No pudo evitar soltar una pequeña sonrisa. Se sentía satisfecho y relajado.
Con cada minuto que pasaba meditando y expandiendo su conciencia, su cuerpo mejoraba.
Abrió los ojos tras un rato y miró al otro, que ahora tenía el rostro perlado en sudor y una expresión verdosa.
—¿Estás bien? —le preguntó, al notarlo tan desmejorado.
Pasaron unos minutos en silencio, hasta que Svend abrió los ojos, ahora algo apagados, y dijo:
—…Sí. Es solo que realmente no sirvo para esto.Al principio fue rápido y fácil, pero me estanqué. Eventualmente me desconcentré, así que tengo que volver a empezar una vez más.Pero no estoy lejos, así que no te preocupes por mí.
—¿Quién se preocupa por ti? —respondió con falsa sorpresa.
Svend esbozó una leve sonrisa antes de añadir:
—Pero estoy bien. ¿Qué hay de ti? ¿Tienes un núcleo?
Suspiró y respondió:
—Creo que sí.
Y antes de que el otro pudiera decir algo más, lo interrumpió, mirándolo directamente a los ojos.
—Pero Svend…No dejes que lo que no puedes lograr te derrote. Y mucho menos andes diciendo que no se te da algo.Todos tenemos nuestros talentos, eso es cierto, pero…creo que no existe mayor talento que el de la constancia.Porque no importa cuántas veces falles al luchar por lo que quieres, ya sea en este mundo o en otro… tienes que volver a intentarlo una y otra vez.Solo… intenta no tropezar donde mismo.
Le dio una ligera palmada en el hombro, mientras sonreía.
El otro lo miraba con los ojos bien abiertos, sin saber muy bien qué responder.Pero él ya no le prestaba atención.
—Tenemos que se...
No alcanzó a terminar la frase. Se oyeron pasos leves resonando en el pasillo.
Al instante, se tensó y le lanzó una mirada aguda a su compañero.Estaba seguro de que, con su ayuda, podría encargarse de un par de duendes.Pero si no sanaba por completo, no estaba seguro de poder protegerse una vez que cientos, o incluso miles, vinieran por ellos.
Decidieron tirarse al suelo y fingir estar inconscientes.
Los duendes que llegaron arrastraron dos cuerpos fuera de las celdas.No supo a dónde los llevaban ni qué les harían, pero tampoco quería saberlo.
Entonces, llegaron otros más.Uno de los cuerpos que pensaban llevar se incorporó de pronto y gritó desesperado:
—¡¡NO!! ¡Mátenme! ¡Por favor! ¡No me lleven!¡Alguien manténgame aquí!¡Yo sé que están fingiendo! ¡Por favor, no dejen que me lleven! ¡Por favor!!
Se lo llevaron, mientras él rompía en llanto y en gritos desgarradores.
Solo podía escuchar sus súplicas, con el pecho apretado.Se mordió el labio, conteniendo el impulso de hacer alguna locura.
Y entonces, una pregunta surgió en su mente:
¿Qué habría hecho si se hubieran llevado a Svend? ¿O si en su lugar se llevaran a uno de sus hermanos?¿Lo habría dejado ir para que se alimentaran de él?
No lo sabía.Pero… si fuera más fuerte, mucho más fuerte, tan fuerte que miles de duendes no significaran nada para él…
Entonces tal vez, solo así, podría proteger a quienes de verdad apreciaba.
Unos minutos después de que los pasos se alejaran, se volvió a sentar sobre la piedra y lo miró.
—Sigamos recuperándonos —le susurró.Svend ya se reincorporaba, sentado sobre el suelo.