El aire estaba cargado con el olor a polvo y piedra quemada mientras Tsukihiko, Kaoru y Renji se alejaban de los escombros de la fortaleza Alfa. La noche era densa, el cielo oculto por nubes pesadas que anunciaban una tormenta inminente.
Habían logrado escapar.
Pero la sensación de peligro aún no los abandonaba.
Kaoru miró sobre su hombro, su expresión tensa.
—¿Crees que Takeshi haya sobrevivido?
Renji se detuvo por un momento, observando los restos de la fortaleza con los ojos entrecerrados.
—Si ese bastardo es tan fuerte como recuerdo… —exhaló lentamente—. Entonces sí.
Tsukihiko sintió un escalofrío.
No podían bajar la guardia.
Renji se giró hacia ellos.
—Tenemos que movernos. Los Alfa no tardarán en notar que la fortaleza ha sido comprometida.
Tsukihiko asintió.
—¿Adónde iremos?
Renji sonrió con un destello afilado en los ojos.
—A buscar aliados.
Kaoru frunció el ceño.
—¿Quién en su sano juicio querría desafiar al Consejo Alfa?
Renji se echó a reír.
—Más de los que crees, niño.
Se giró hacia la oscuridad del bosque.
—Y sé exactamente dónde encontrarlos.
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La Senda de los Exiliados
El viaje fue largo y agotador.
Durante dos días y dos noches, atravesaron montañas y ríos, alejándose de la influencia directa del Consejo Alfa.
Tsukihiko podía sentir cómo el mundo alrededor de ellos cambiaba.
Ya no estaban en territorio de los Alfa.
Las sombras se volvían más profundas. El aire más pesado.
Y en cada paso que daban, una sensación de ser observados se intensificaba.
Finalmente, llegaron a un valle oculto entre colinas cubiertas de niebla.
Renji se detuvo al borde de un antiguo sendero de piedra y sonrió.
—Bienvenidos a la Ciudad de los Exiliados.
Tsukihiko y Kaoru intercambiaron miradas.
Habían oído rumores de este lugar.
Una ciudad fuera del dominio del Consejo, donde los marginados, fugitivos y traidores se reunían.
Un sitio donde las reglas de los Alfa no significaban nada.
Kaoru cruzó los brazos.
—No parece tan impresionante.
Renji soltó una carcajada.
—Eso es porque aún no la has visto.
Dio un paso adelante y golpeó el suelo con su pie.
El eco resonó a través del valle.
Un instante después, el aire tembló.
Y como si un velo invisible hubiera sido removido, la ciudad apareció ante sus ojos.
Edificios de piedra negra se alzaban en múltiples niveles, conectados por puentes colgantes y escaleras talladas en la roca.
Fuego azul ardía en antorchas a lo largo de las calles, iluminando a cientos de cambiaformas de todas las razas y castas caminando libremente.
Kaoru abrió los ojos con sorpresa.
—Esto…
Renji sonrió.
—Es el último refugio de aquellos que se niegan a arrodillarse ante los Alfa.
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Los Lobos de la Niebla
Al entrar en la ciudad, la atención de los habitantes se fijó en ellos.
No era hostil.
Pero sí curiosa.
Reconocían a Renji.
Pero era a Tsukihiko y Kaoru a quienes observaban con más atención.
Un cambiaformas alto y musculoso se les acercó, con una cicatriz cruzándole la mejilla.
—Renji Kurayami… nunca pensé que te volvería a ver.
Renji sonrió con arrogancia.
—Shou. Sigues con vida.
El hombre llamado Shou rió.
—Más de lo que puedo decir de la mayoría de los nuestros.
Su mirada se desvió hacia Tsukihiko y Kaoru.
—¿Quiénes son?
Renji puso una mano en el hombro de Tsukihiko.
—Mi hijo. Y el último descendiente de los Linajes Perdidos.
El aire se volvió pesado.
Los murmullos comenzaron a extenderse entre los cambiaformas cercanos.
Shou frunció el ceño.
—Eso son palabras peligrosas, Renji.
Renji lo miró con seriedad.
—La guerra se acerca. Y necesitamos a todos los que estén dispuestos a luchar.
Shou lo observó por un largo momento.
Luego, suspiró y asintió.
—Ven. El líder querrá verte.
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El Consejo de los Exiliados
Los llevaron a una gran estructura circular en el centro de la ciudad, construida en piedra negra con enormes puertas de madera tallada.
Al entrar, encontraron un consejo de cambiaformas sentados en semicírculo alrededor de una gran mesa.
Había Alfa, Beta y Omega por igual.
Aquí, las jerarquías del Consejo no significaban nada.
Un hombre mayor con cabello gris y una túnica de piel oscura los observó con mirada afilada.
—Renji Kurayami. Pensé que estabas muerto.
Renji se encogió de hombros.
—Los Alfa pensaron lo mismo.
El líder entrecerró los ojos.
—¿Por qué estás aquí?
Renji cruzó los brazos.
—Porque es hora de tomar lo que nos arrebataron.
Los murmullos llenaron la sala.
Shou se apoyó contra la pared.
—Habla claro, Renji. ¿Qué estás proponiendo?
Renji sonrió con ferocidad.
—Un ejército.
El silencio que siguió fue absoluto.
El líder del consejo lo miró con dureza.
—¿Quieres que desafiemos al Consejo Alfa directamente?
Renji sostuvo su mirada.
—Los Alfa están debilitados. Su ejecutor fue derrotado. Y el miedo ya ha comenzado a extenderse entre ellos.
Hizo un gesto hacia Tsukihiko y Kaoru.
—La línea de sangre ancestral ha regresado. La profecía de los Linajes Perdidos se ha cumplido.
Tsukihiko frunció el ceño.
—¿Profecía?
El líder del consejo exhaló lentamente.
—Los Linajes Perdidos no solo eran guerreros. Eran los verdaderos gobernantes de los cambiaformas.
Miró a Kaoru.
—Y su regreso significa que el equilibrio de poder está a punto de cambiar.
Los miembros del consejo intercambiaron miradas.
Finalmente, el líder se puso de pie.
—Si vamos a hacer esto, necesitamos más que solo palabras.
Renji sonrió.
—Dénme una semana. Y les traeré el ejército que necesitamos.
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La Alianza de la Rebelión
La reunión terminó, pero la guerra acababa de comenzar.
Tsukihiko y Kaoru se quedaron en la azotea del edificio, observando la ciudad iluminada por las antorchas.
Kaoru habló primero.
—¿Crees que realmente podamos ganar?
Tsukihiko inhaló profundamente.
—No lo sé.
Miró sus propias manos.
Aún no entendía completamente su poder.
Pero una cosa era segura.
Ya no eran fugitivos.
Ahora, eran soldados.
Kaoru sonrió débilmente.
—Entonces tendremos que asegurarnos de que sea posible.
Tsukihiko sonrió de vuelta.
La rebelión había comenzado.
Y esta vez…
Los Alfa serían los que tendrían que temer.