Capítulo 35: La Sangre de un Rey

El frío metal de la espada de Takeshi aún ardía en su costado.

Tsukihiko apretó los dientes, obligándose a mantenerse en pie.

Su sangre caía en la tierra, oscura bajo la luz del amanecer.

Takeshi sonrió con crueldad.

—Esperaba más de ti, cachorro.

Tsukihiko ignoró el dolor y levantó su espada.

—Todavía no he terminado.

El ejecutor Alfa inclinó la cabeza.

—¿De verdad? Porque a mí me parece que ya estás acabado.

Antes de que pudiera moverse, Takeshi desapareció.

¡Rápido!

Tsukihiko sintió el peligro antes de verlo y giró su cuerpo apenas a tiempo.

La espada negra pasó rozando su mejilla, cortando un mechón de su cabello blanco.

Era demasiado veloz.

Demasiado fuerte.

Pero Tsukihiko ya no era el mismo fugitivo que Takeshi había intentado cazar antes.

Se lanzó hacia adelante, canalizando la energía del pacto en su espada.

El filo brilló con una luz dorada.

Takeshi bloqueó el ataque, pero sus ojos se abrieron ligeramente.

—Vaya, eso sí es nuevo.

Tsukihiko no le dio tiempo de reaccionar. Atacó de nuevo.

Uno.

Dos.

Tres cortes rápidos, cada uno más fuerte que el anterior.

Takeshi bloqueó el primero. Esquivó el segundo.

Pero el tercero…

Impactó.

Un corte superficial apareció en su brazo.

No era mucho, pero fue suficiente para que Takeshi dejara de sonreír.

Kaoru, aún peleando contra los Alfa cercanos, vio la escena y gritó:

—¡SIGUE ASÍ!

Pero Takeshi ya se estaba moviendo.

Con un destello de velocidad, pateó a Tsukihiko en el estómago.

El impacto lo envió volando varios metros, chocando contra el suelo con un golpe sordo.

La sangre se acumuló en su garganta.

Pero no podía detenerse.

Porque si lo hacía… moriría.

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La Guerra en Caos

El campo de batalla se había convertido en un torbellino de fuego, acero y sangre.

Los exiliados peleaban con todo lo que tenían, pero el ejército Alfa era demasiado disciplinado.

Las filas enemigas se reorganizaban rápidamente cada vez que eran empujadas hacia atrás, demostrando por qué habían gobernado durante siglos.

Kaoru estaba cubierto de cortes, pero seguía de pie.

Renji luchaba en el flanco derecho, cortando a los Alfa como si fueran papel.

Shou rugió mientras su hacha destrozaba a un enemigo, pero incluso él sabía que no podían mantener esta pelea por mucho más tiempo.

Y entonces, algo cambió.

Un cuerno resonó en el aire.

Kaoru sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—No…

Desde las colinas, una nueva fuerza apareció.

Vestidos con armaduras doradas, montados en bestias de guerra, los refuerzos del Consejo Alfa habían llegado.

Renji maldijo en voz baja.

—Esto acaba de complicarse.

Minoru, aún vivo de milagro, miró la escena con frustración.

—Dije que era una mala idea.

Tsukihiko, aún en el suelo, sintió cómo su pecho se llenaba de rabia.

No.

No iban a perder aquí.

Se levantó con dificultad, sus piernas temblando.

Takeshi lo observó con curiosidad.

—Deberías quedarte en el suelo.

Tsukihiko lo ignoró.

Porque en ese momento…

El pacto dentro de él despertó por completo.

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La Sangre de un Rey

El dolor desapareció.

La fatiga se disipó.

Y en su lugar… quedó solo poder.

La luz dorada estalló a su alrededor, envolviendo su cuerpo como un manto divino.

Takeshi entrecerró los ojos.

—¿Qué demonios…?

Tsukihiko sintió cómo su sangre se conectaba con algo más grande.

Con su linaje.

Con la historia perdida de los cambiaformas.

Y en su mente, una voz habló.

"Reclama tu derecho."

Los Alfa sintieron el cambio y vacilaron.

Incluso los refuerzos recién llegados se detuvieron.

Porque lo que estaban viendo…

Era algo que no habían visto en siglos.

El renacimiento del último Rey de los Linajes Perdidos.

Tsukihiko se movió.

Y esta vez, fue más rápido que Takeshi.

El ejecutor Alfa apenas pudo reaccionar.

Su espada negra intentó bloquear el golpe, pero el filo de Tsukihiko la atravesó como si fuera aire.

Takeshi saltó hacia atrás, pero no antes de que un corte profundo apareciera en su pecho.

La sangre roja contrastó con su armadura oscura.

Por primera vez… Takeshi parecía sorprendido.

Tsukihiko bajó su espada lentamente.

—No somos los mismos que creíste poder cazar.

Su voz resonó con una autoridad que no era solo suya.

Era la de todas las generaciones de los Kurayami que habían sido olvidadas.

Takeshi presionó su herida, pero luego sonrió.

—Esto se puso interesante.

Antes de que Tsukihiko pudiera moverse, una señal resonó entre las filas Alfa.

Un sonido corto y claro.

La retirada.

Kaoru jadeó.

—¿Se están yendo?

Shou vio cómo los soldados Alfa comenzaban a retroceder, llevándose a los heridos.

Incluso Takeshi, aún con su sonrisa arrogante, se dio media vuelta y desapareció en la oscuridad.

Minoru levantó una ceja.

—Bueno… eso no me lo esperaba.

Renji frunció el ceño.

—Nos están probando.

Tsukihiko inhaló profundamente.

No se estaban retirando por miedo.

Se estaban retirando porque ya habían visto lo que querían ver.

Kaoru se acercó a él y puso una mano en su hombro.

—Ganamos.

Tsukihiko negó.

—No.

Esto fue solo el comienzo.

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Después de la Batalla

De regreso en la Ciudad de los Exiliados, las celebraciones estallaron.

Habían resistido.

Habían peleado contra los Alfa y seguían con vida.

Pero Tsukihiko no se sentía aliviado.

Porque sabía que los Alfa no se rendirían.

Sabía que Takeshi volvería.

Y sabía que la verdadera guerra aún no había comenzado.

Kaoru se acercó a él con una copa de vino en la mano.

—No estás celebrando.

Tsukihiko miró el horizonte.

—No hay nada que celebrar todavía.

Kaoru suspiró.

—Supongo que tienes razón.

Se quedó en silencio por un momento antes de hablar.

—Pero… fue impresionante.

Tsukihiko arqueó una ceja.

—¿Qué cosa?

Kaoru lo miró de reojo y sonrió.

—Lo que hiciste allá afuera.

Tsukihiko sintió una extraña calidez en su pecho.

Miró a Kaoru por un momento antes de apartar la vista.

—Gracias.

Kaoru rió suavemente.

—Duerme un poco. La guerra puede esperar hasta mañana.

Pero Tsukihiko sabía que no podía dormirse todavía.

Porque en lo más profundo de su mente, sabía que algo más venía en camino.