El frío de la noche se filtraba a través de la ventana mal sellada de la posada, pero Tsukihiko apenas lo sentía. Su cuerpo aún estaba entumecido, como si hubiera despertado en un caparazón demasiado rígido para moverse con normalidad. Sin embargo, eso no le preocupaba tanto como la sensación persistente en lo más profundo de su ser.
Algo había cambiado.
Podía sentirlo en su sangre, en la forma en que su pulso resonaba más fuerte en sus oídos, en cómo cada respiración parecía más pesada. El sistema lo había mantenido con vida, pero... ¿a qué costo?
Kaoru dormía a su lado, su pequeño cuerpo envuelto en una manta raída. Su respiración era tranquila, pero su expresión seguía tensa incluso en el sueño. El niño había estado al borde del colapso emocional esos últimos días. Tsukihiko lo sabía, pero no había tenido fuerzas para consolarlo.
Y ahora, no había tiempo para eso.
El Contacto había dejado en claro que no podrían quedarse mucho más.
Tsukihiko intentó mover las piernas y esta vez, aunque con torpeza, pudo deslizarse hasta el borde de la cama. Sus pies tocaron el suelo de madera, frío y áspero, pero el simple hecho de sentir algo sólido bajo sus pies le dio un pequeño sentido de control.
{Estado físico: 72% recuperado.}
El sistema.
La voz mecánica resonó en su cabeza como un recordatorio de su fragilidad.
{Mantenimiento celular en proceso.}
Tsukihiko apretó los dientes. No le gustaba la forma en que el sistema hablaba de su cuerpo como si fuera una máquina que necesitaba ajustes.
Lentamente, se levantó.
Sus músculos protestaron, pero logró mantenerse en pie. Dio un par de pasos inestables antes de apoyarse en la pared. No podía permitirse ser un estorbo.
—Vaya, qué dedicación.
Tsukihiko alzó la vista.
El Contacto estaba en la puerta, observándolo con una media sonrisa.
—Te advertí que no te movieras demasiado.
—No tengo tiempo para quedarme acostado.
El Contacto chasqueó la lengua y entró en la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
—Deberías escucharnos más a menudo. Pero supongo que eso no está en tu naturaleza.
Tsukihiko ignoró el comentario.
—¿Cuándo nos iremos?
El hombre se apoyó contra la pared con los brazos cruzados.
—Al amanecer.
Kaoru se removió en la cama, pero no despertó.
—¿Sabes a dónde vamos?
El Contacto sonrió de lado.
—Por supuesto. Vamos al Santuario de las Sombras.
El nombre le sonaba familiar, pero seguía sin saber qué esperar.
—¿Qué es exactamente ese lugar?
El Contacto inclinó la cabeza, como si estuviera decidiendo cuánto decirle.
—Un refugio. Un sitio donde los que han sido rechazados encuentran un propósito.
Tsukihiko no estaba seguro de si eso sonaba tranquilizador o peligroso.
—¿Y cómo estamos seguros de que nos recibirán?
—Porque tengo influencia allí. Y porque llevamos algo que les interesa.
La mirada de Tsukihiko se endureció.
—¿Kaoru?
El Contacto sonrió, pero no respondió de inmediato.
—Duerme un poco más, cachorro. Vas a necesitar fuerzas.
Luego salió de la habitación, dejando solo el eco de sus palabras.
Tsukihiko cerró los ojos.
Había demasiadas incógnitas.
Pero una cosa era segura.
El peligro no había terminado.
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El amanecer trajo consigo un aire gélido y un cielo cubierto de nubes pálidas.
Kaoru se frotaba los ojos somnoliento mientras se aferraba a la capa de Tsukihiko.
El Contacto los guiaba por un sendero oculto detrás de la posada, lejos de la vista de cualquier curioso.
—El camino será largo —advirtió el hombre mientras ajustaba su capa—. Traten de no hacer ruido.
Tsukihiko asintió y sostuvo la mano de Kaoru con firmeza.
El niño no dijo nada, pero sus pasos eran cuidadosos, como si entendiera la gravedad de la situación.
El bosque se tragó sus figuras en cuestión de minutos.
La sensación de ser observados nunca los abandonó.
Y Tsukihiko sabía que no era solo paranoia.
Alguien más estaba en movimiento.
Y no tardarían en encontrarlos.